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América Latina: ¿La nueva Afganistán?

Análisis sobre las últimas elecciones en la Región y la Cumbre de las Américas

Correo del Caroní

José Ignacio Guédez Yépez

Ya se están haciendo costumbre en América Latina los balotajes o segunda vuelta electoral entre las opciones más extremistas y antisistemas, como ha sucedido en los últimos meses en Chile, Perú y Colombia. Los partidos tradicionales y los liderazgos moderados ya no convencen y están siendo superados en popularidad por proyectos personalistas y populistas que prometen cambiarlo todo, con un argumento muy simple: “el problema es el sistema que está podrido, y todos son parte del sistema, menos yo”. Un clásico que siempre ha estado presente como amenaza de los sistemas democráticos, pero que ahora después de la pandemia parece haberse extendido y arraigado bajo su versión posmoderna del “outsider”.

Ya antes de la pandemia Latinobarometro advertía que la mitad de los latinoamericanos no consideraban que la democracia era el mejor sistema político, un dato premonitorio de los resultados electorales recientes en la región. “Yo no soy político”, parece ser ahora el mejor eslogan posible, dando a entender que la democracia no funciona y proponiendo como sustituto a una persona diferente al resto, un salvador, que no tiene siquiera que suscribir una ideología o una propuesta. Si la democracia no vale nada, no me soluciona nada, entonces resulta lógico ponerla en riesgo en busca de un destino mejor, que ya no importa que sea democrático: “mira que bien le va a China”. Y es que el mayor error es ese, creer que no tenemos nada que perder.

Es como si los derechos humanos universales hubieran pasado de moda, al punto que el presidente de México se da el lujo de afear la Cumbre de las Américas porque no se invita a tiranos de la talla de Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Díaz-Canel, que no solo ejercen el poder absoluto de forma indefinida y fraudulenta, sino que violan sistemáticamente derechos humanos y persiguen criminalmente a la disidencia en sus países. Y lo más impresionante es ver que la amenaza de AMLO, que en el fondo delata sus propias intenciones, logra generar semanas de incertidumbre. ¿Se nos están olvidando ya las masacres, los desaparecidos, los asesinados, los exiliados y los presos políticos de ese trío de despotas? Al parecer no todas las vidas “matter”. Blanquear a esos regímenes sería claudicar a la democracia y darle patente de corso al resto de mandatarios en la región. Sería homologar América Latina a Afganistán, abandonándola a su suerte. Sería una renuncia de Occidente a su propio legado y cultura. Sería, en definitiva, un triunfo de Rusia, que está sin duda detrás de todo esto, porque la guerra no solo se libra en Ucrania. 

Mientras Europa y Estados Unidos no tengan una política concreta y sostenida para América Latina, esa región seguirá siendo un laboratorio de populismos antioccidentales y las democracias no se consolidarán, por el contrario, serán sustituidas por tiranías como las actuales en Cuba, Venezuela y Nicaragua. La crisis de la pandemia y la guerra contra Rusia hace impostergable que se asuma a Latinoamérica como lo que es, parte fundamental de Occidente y quizás el espacio donde nos jugamos el alma de nuestra cultura de libertad y derechos. Hipotecados a China y aliados a Rusia es cuestión de tiempo para que el despotismo se expanda y la Carta Democrática de la OEA quede como un delirio momentáneo de un tiempo efímero en el que creímos en la libertad.

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