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La democracia como revolución. (Leoni en la campaña de 1963)

Tomada de Prodavinci

Tomás Straka

Con ocasión de cincuentenario de su muerte, acaba de aparecer en dos volúmenes la obra Raúl Leoni: Democracia en la Tormenta, coordinada por Tomás Straka (Caracas, Universidad Católica Andrés Bello/Asociación Civil Raúl y Menca de Leoni/Fundación Rómulo Betancourt, 2022).  El primer volumen, titulado El hombre y su tiempo, es una aproximación biográfica al personaje de mano de Straka.  El texto que sigue es un extracto del mismo.

En Betijoque, en Puerto Nutrias, en Turén, en Tinaquillo, en Biscucuy, en Sabaneta, el candidato Leoni lograba arrancar aplausos con explicaciones doctrinales.  Podía prometer escuelas, tierras, hospitales, y lo hacía, naturalmente; pero no como algo desconectado de un programa más amplio.  Por eso hablaba de historia, de revolución, de la diferencia entre la democracia y el totalitarismo, de la reforma agraria.  Las transcripciones taquigráficas que han sobrevivido es dar con ovaciones, con vivas a su persona y a Acción Democrática (AD), así como con pitas a Fidel Castro, al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), a los guerrilleros, incluso a Arturo Uslar Pietri; que cada tanto interrumpían a un candidato que en vez de arengas hablaba como ideólogo o como profesor.  A veces la planta eléctrica del pueblo no aguantaba y se iba la luz.  Lo sabemos  porque Raúl Leoni no rehuía el hecho, lo decía; no negaba que había muchos problemas que quedaban por resolver, pero insistía en que se estaba en el camino correcto para resolverlos, en que “es el camino de Acción Democrática, es el camino de la revolución venezolana, nacionalista, democrática, antimperialista y antifeudal, esa revolución que persigue la democratización de la tenencia de tierra y la industrialización de Venezuela como medio para solucionar los grandes problemas sociales que aquejan a la población venezolana…”[1] Es cierto, no hablaba en el aire: presentaba ejecutorias que avalaban la promesas, pero sería interesante saber qué entendían aquellos auditorios por “antimperialista y antifeudal”. Al final, conmovidos, los asistentes cantaban el Himno de AD, “a la voz de la revolución”, y se iban a sus casas de bajareque convencidos de que en el voto forjarían un futuro mejor.  Y en buena medida,  como esperamos demostrar, tenían razón.

Consolidar la democracia obligaba a este ejercicio pedagógico.  Especialmente cuando esos campesinos que se congregaban en las plazas de sus pueblos para oír a Leoni, eran analfabetas o no habían terminado la primaria y tenían constantes insinuaciones de quienes querían acabar con ella.  Además, viejas y poderosas tradiciones eran opuestas al proyecto.  Muchos de los que lo oían eran hijos y nietos de soldados que habían seguido a caudillos, se habían criado en familias mochistas o de lagartijos, e incluso los más viejos tal vez llegaron a empuñar un máuser o un chopo-de-piedra, en aquellas últimas conmociones de los años treinta en los que Leoni aspiró a expedicionario garibaldista.  Por eso sabe como pocos que esa vocación caudillista no ha muerto y hacia allí enfilaba muchas veces su discurso: “…esta gran revolución política del pueblo venezolano, afirma en Trujillo, cuya principal realización es la de haber enterrado para siempre el mito y la leyenda de los caudillos y los hombres providenciales, para haber creado un solo caudillo que es y será siempre invencible, porque ese es un caudillo que no se traiciona a sí mismo”[2]: el pueblo. En Tinaco fue todavía más allá: “la historia de Venezuela es una historia de frustraciones, cuando el campesino y el obrero y sus grandes masas pusieron su fe y su confianza en un hombre a caballo; un hombre a caballo que llevó tras de sí, por todos los caminos de Venezuela, a masas de campesinos que regaran con su sangre y llenaran con sus huesos toda la vasta extensión de la patria venezolana, y que cuando triunfaron por obra del sacrificio de esas grandes masas, cuando ese sacrificio los llevaba al Palacio de Miraflores a ejercer la presidencia de la República, esos campesinos y esos obreros regresaban a sus campos y a sus chozas, a padecer más hambre, más miseria y más opresión…”[3].  Eso ya no es más así, el pueblo no ha de seguir más caudillos, sino a sí mismo; el pueblo que ahora es “el pueblo organizado en Acción Democrática.”[4]  Sí, los pata en el suelo organizados políticamente.

Pero los caudillos ya eran en realidad una cosa del pasado, a los que solo había que rematar.  Había otras amenazas más contemporáneas en el ambiente.  Por ejemplo estaban, como dijo en Carache, los “…peligros serios y graves que nos vienen de la derecha y de la izquierda; de la derecha, de las fuerzas reaccionarias, las fuerzas de la minorías privilegiadas y oligárquicas”; mientras que a la izquierda estaba el “partido comunista y su satélite el MIR”, tratando de reproducir una revolución como la cubana.  Frente a ellos, afirmaba, “Acción Democrática es, precisamente, la réplica venezolana, la réplica americana al totalitarismo de los comunistas de otras tierras, que han querido trasladar y hacer arraigar en estas tierras americanas, sus doctrinas, en la que el hombre y su dignidad desaparecen, como ha desaparecido la libertad y la dignidad del hombre americano en esa Cuba de José Martí que ayer fue orgullo de la libertad americana.”[5] Ese es el filo de la navaja por el que tiene que caminar:  hacer una revolución cuando los comunistas ya habían hecho suya la palabra y acusaban a todos los demás de oligarcas y entregados al imperialismo; afirmar que “no hemos necesitado girar a la izquierda ni dejar de ser izquierdistas”[6], cuando Fidel Castro era el más formidable de sus enemigos y los comunistas los acusaban de ser la derecha; ser aliado de los Estados Unidos, pero enarbolando el antimperialismo y promoviendo un política nacionalista con el petróleo; entenderse con el empresariado cuando “nacimos como el partido del pueblo venezolano, como partido de los humildes y desposeídos, como partido de los obreros, de los campesinos y de las clases medias; nacimos para hacer la revolución del pueblo…”[7]; demostrar que al hacer un llamado a “los obreros y los campesinos, un llamado a su conciencia de clase..”, no se era un comunista embozado; aclarar que “estamos haciendo una revolución venezolana, una revolución democrática, una revolución que no despoja a nadie de los suyo legítimamente habido y adquirido sino que lo indemniza cuando le quita lo que es suyo para ponerlo a cumplir una función social más alta…”[8].  En suma, no asustar a nadie cuando afirmaba que la suya era “una revolución política, la revolución que incorpora a todo el pueblo venezolano a la lucha por un destino mejor para Venezuela”, pero que con “esta revolución política realizada, unidos todos, hombres y mujeres, mayores de 18 años, analfabetos o no, nos disponemos,  estamos mejor, comenzando a realizar, la otra parte del programa de Acción Democrática, la revolución social y democrática de un pueblo.”[9]  En Punto Fijo Leoni fue aún más denso, tal vez porque le hablaba a obreros sindicalizados y por eso con mayor formación política.  Quien había dedicado buena parte de su vida a organizar sindicatos debía tener una idea más o menos clara de la audiencia a la que se dirigía:

“Nosotros no engañamos a nadie. Queremos que nuestro pueblo se dé cuenta de que está haciendo la más difícil de todas las revoluciones que se han hecho en cualquier lugar del mundo.  Esta es una revolución venezolana.  No tiene nada en común con la revolución de Fidel Castro, ni tiene ni tendrá nada de común con la Rusia comunista, ni tiene ni tendrá nada de común  con la revolución de la China soviética, ni tiene ni tendrá nada de común con la revolución que hizo México el año 1917.  Esta es una revolución, la más difícil revolución, porque estamos haciendo una revolución que le permite al adversario y al enemigo, no solamente criticar con dureza, injustamente, las obras que este gobierno está haciendo en beneficio del mejoramiento colectivo del pueblo venezolano, pero que le permite algo que no se permite en ninguna parte del mundo: conspirar contra el derecho del pueblo a ser él mismo autor de su propio destino. Aquí nosotros no pegamos contra el paredón ni le cortamos la cabeza a los enemigos de esta revolución que está haciendo el pueblo venezolano, sino que estamos empeñados en mantenerles su integridad física, en mantenerles firmemente sobre sus hombros sus cabezas para que con sus propios pensamientos puedan ver cómo es de grande, de inmensa, de revolucionaria y de generosa, la revolución, cuando es el pueblo el que toma entre sus manos limpias y callosas, el derecho de hacer una revolución a la medida de sus ansias. Esa es la revolución del pueblo venezolano, por eso, compañeros, compañeras, amigos y simpatizantes, nosotros, que no le tenemos miedo a la revolución, ni pacífica ni violenta, porque no es por cobarde por lo que nosotros hemos escogido este camino de la revolución pacífica y legal…”[10]

Sin paredones ni guillotinas, sin despojar a nadie de sus cosas.  Vaya declaración en medio de las turbulencias de los sesentas.  Aunque la verdad  no era tan insignificante lo que tenía en común con las revoluciones comunistas y mexicana, con las cuales, como hemos visto, estaba Leoni muy vinculado; ni tampoco podía decirse que enfrentando golpes militares de derecha y una insurrección guerrillera comunista, su camino había podido ser tan pacífico como esperaba; la Revolución democrática estaba siendo singularmente pacífica y sobre todo respetuosa de las libertades si se la comparaba con lo que acababa de pasar en la Fortaleza de La Cabaña, o con la especie del todos contra todos que por dos décadas ensangrentó a México.  Leoni nos dice que el programa revolucionario de Acción Democrática tiene dos fases, una revolución política, consumada con la conquista de una democracia en la que todos pueden participar fundamental, aunque no únicamente, a través del voto; y después “la otra parte del programa de Acción Democrática, la revolución social y democrática de un pueblo.”   ¿En qué consiste esa otra parte? En la “la democratización de la tenencia de tierra y la industrialización de Venezuela como medio para solucionar los grandes problemas sociales que aquejan a la población venezolana”.  Para el aplicado estudioso de marxismo que había sido de joven, estaba claro que una revolución democrática es  “burguesa por su contenido económico-social”, según afirma Lenin en sus Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática (1905), un texto que hubiera sido muy raro que no hubiera leído.  Se trata, por lo tanto, de una revolución distinta de la socialista, que consiste en la toma del poder por el proletariado y la socialización de los medios de producción, sin ninguna participación de la burguesía.  Además, como firmante del Plan de Barranquilla, comprendía que las dos partes del programa de AD eran lo que entonces definían solo como un programa mínimo (programa que él, por cierto, había propuesto radicalizar en aquel tiempo).   Casi al final de su vida lo reconocerá sin rodeos en la Convención de Acción Democrática de 1970:

“Desde luego nosotros estamos perfectamente convencidos de que esta transformación económica o política y social que queríamos operar en Venezuela no se podía hacer en esta primera etapa sin colaboración de los sectores de la burguesía.  ¿Por qué?  Porque es una revolución burguesa, una revolución burguesa con un contenido humano, con un profundo contenido social; pero nosotros no tenemos fuerza propia para empujar una revolución, una revolución a fondo que por otra parte no es la que conviene al país.  La revolución que nosotros estábamos haciendo es una revolución democrática, pacífica, evolutiva, dentro de los medios graduales y por eso mismo mucho más difícil de realizar que la otra, que la revolución esa violenta que corta cabezas, destruye.”[11]

Pero no por eso es menos revolución, porque “… la que nosotros hicimos es una obra realmente revolucionaria porque estaba dedicada a satisfacer las necesidades del hombre, que es la medida de toda revolución.  Las revoluciones se hacen para exaltar el hombre, para que pueda realizarse a sí mismo dentro de la libertad y la dignidad que son esenciales en este momento o mismo instante.”[12]


[1] Raúl Leoni, “Intervención en Maturín”, 25 de noviembre de 1963, Archivo Raúl Leoni, Carpeta 166, documento 2, p. 10

[2] Raúl Leoni, “Intervención en Trujillo”, Archivo Raúl Leoni, Carpeta 165, Documento 9, pp. 2-3

[3] Raúl Leoni, “Intervención en Tinaco”, Archivo Raúl Leoni, Carpeta 165, Documento 3, p. 2

[4] Idem

[5] Raúl Leoni, “Intervención en Carache”, Archivo Raúl Leoni, Carpeta 165, Documento 10, pp. 3-4

[6] Raúl Leoni, “Intervención en Trujillo”, Archivo Raúl Leoni, Carpeta 165, Documento 9, p. 2

[7] Ibídem, p. 1

[8] Raúl Leoni, “Intervención en Libertad (Barinas)”, 21 de septiembre de 1963 Archivo Raúl Leoni, Carpeta 165, Documento 15, p. 5

[9] Raúl Leoni, “Mítin en Maracaibo”, Archivo Raúl Leoni, Carpeta 165, Documento 6, p. 2

[10] Raúl Leoni, “Intervención en la Plaza del Obrero, Punto Fijo, Falcón”, Archivo Raúl Leoni, Carpeta 165, Documento 7, pp. 6-7

[11] Raúl LEONI, “La estrategia y la táctica de Acción Democrática en estos cinco años del gobierno de Copei” (1970),  Archivo Leoni, Carpeta 175, Documento 6, p. 1

[12] Ibídem, p. 2

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