
José Castrillo *
La política como el ejercicio del poder para gestionar la polis (vida colectiva), en estos tiempos se hace extremadamente difícil y gravosa. Las sociedades contemporáneas están pasando por procesos acelerados de cambios y transformaciones tectónicas en lo político, económico, social, organizacional y tecnológico, que han dejado una estela de malestar y miedo colectivo sobre el futuro. Pasamos de modos o estilos de vida previsibles, pausados y estables a modos rápidos, fluidos, instantáneos y cambiantes; y cuando nos detenemos para reflexionar sobre lo que está pasando, ya el contexto ha cambiado o es otro.
En estos tiempos acelerados, las sociedades exigen, respuestas a los líderes políticos en forma perentoria, a sus necesidades y miedos, reales e imaginarios. Cuando el sistema político no responde a dichas demandas y necesidades, crece el malestar social, y se despeja el camino para aquellos líderes que, pescando en el río revuelto del miedo y el malestar social, ofrecen soluciones fáciles a problemas complejos.
Esta forma de hacer política para llegar al poder, basada en explotar el miedo, la rabia y la exclusión del diferente o contrario, endilgándole la culpa de todos los problemas, se llama populismo. La desafección y el descrédito de la política crecen y ello está teniendo consecuencias para las instituciones políticas fundamentales: el gobierno, los partidos políticos. Hoy, a nivel global este fenómeno político crece y amenaza al régimen político, menos malo conocido por la humanidad: LA DEMOCRACIA.
Es difícil pensar en un contexto acelerado y turbulento, cuando desde el poder político, han de tomarse decisiones para enfrentar los problemas y necesidades de la gente. Pero es fundamental tener esa capacidad de reflexión previa para tomar las mejores decisiones para lograr el bien común (objetivo básico del ejercicio de la política).
En tal sentido, hay que volver a gestionar lo público con la mayor capacidad de reflexión y análisis previo. La política, en estos tiempos, necesita ponderación. Necesitamos una cultura política que se aleje del corto plazo, porque cuando solo hacemos cálculos inmediatistas, solo resolvemos problemas en forma parcial. Al postergar la solución de los problemas, su solución en el tiempo se hace más difícil y costosa.
Hay que retomar el pensamiento catedral (pensar, no solo en resolver problemas inmediatos, sino en resolver los problemas que se manifestarán a largo plazo) para hacer sostenible las decisiones que se toman desde la política.
La política necesita ponderación equilibrada entre el corto, mediano y largo plazo, para que se puedan dar soluciones viables y factibles a los diversos problemas que afectan la vida colectiva. Cuando la insatisfacción no encuentra un cauce institucional y no se activa la oferta pública para resolverla, se allana el camino para el populismo y el autoritarismo.
Desde hace tiempo se habla de la desconexión entre la política y la sociedad, de la distancia entre el poder político y los ciudadanos y sus problemas cotidianos. Hoy en un mundo de inmediatez y turbulencia, esa brecha crece y con ello la viabilidad y sostenibilidad en el tiempo de la gobernanza democrática, instancia construida con mucho esfuerzo, sudor y lágrimas.
El reto hoy es hacer que la política, en democracia, retome su capacidad de dar respuestas eficaces y eficientes, en medio de la diversidad, pluralidad y complejidad, que permitan soluciones consensuadas, sensatas y razonables a los problemas colectivos. Ello pasa por el tamiz de una profunda reflexión de las élites políticas sobre su función social: el uso del poder como un medio para lograr el bien común, y no un fin en sí mismo, para obtener prebendas materiales o de otra naturaleza.
El oficio político, supone una profunda convicción ética y moral, cuyo principio rector debe ser la vocación de servicio por la comunidad, por la polis, por el bien común.
En estos tiempos acelerados y turbulentos necesitamos más y mejor política como el arte de gestionar la vida en común, en un contexto volátil, incierto, complejo y ambiguo, donde la desesperanza y el miedo dominan a los ciudadanos. Los políticos tienen que sembrar la esperanza y demostrar tener la capacidad de ir resolviendo en forma progresiva los problemas de la sociedad, para que puedan seguir contando con apoyo popular o legitimidad política.
En un contexto de saturación informativa, los ciudadanos están expuestos a la desinformación, y son muchos más vulnerables ante bulos, noticias falsas y teorías conspirativas. La aceleración y la turbulencia entorpecen el proceso de reflexión que tiene otros tiempos y aumenta el costo de verificaciones y segundas lecturas.
En tiempos acelerados se requiere un liderazgo político que no sucumba a la inmediatez irreflexiva. Necesitamos más reflexión y ponderación.
(*) Politólogo / Magíster en Planificación del Desarrollo Global.
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