
Trino Márquez
Hace unas pocas semanas, Gerver Torres, autor de Un Sueño para Venezuela, libro que produjo un enorme impacto en el país a comienzos del siglo XXI, publicó un artículo en La Gran Aldea titulado “Un Pacto de Puntofijo para la oposición venezolana”. En este sugestivo trabajo, Gerver señala que la realización exitosa de las primarias pasa por un acuerdo que comprometa a los grupos y candidatos que intervengan en esa cita, a respetar los resultados y apoyar de forma entusiasta al triunfador, tal como ocurrió en 1958 cuando Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba, a nombre de Acción Democrática, Copei y Unión Republicana Democrática, respectivamente, suscribieron el histórico Pacto de Puntofijo. Fue ese un acuerdo de estabilidad y gobernabilidad que le dio una sólida plataforma política a la naciente democracia venezolana, luego del derrocamiento de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Me gustaría subrayar el significado de la proposición de Gerver.
El acuerdo, o código de conducta, como también él lo llama, resulta crucial dadas las condiciones en las que se llevarían a cabo las primarias y, posteriormente, las elecciones nacionales para elegir al presidente de la República.
El 23 de enero de 1958 marcó la derrota de la dictadura, luego de que un poderoso movimiento cívico militar erosionara las bases del régimen, logrando fracturarlo hasta que finalmente se desmoronó. A partir de ese momento prevaleció lo que se llamó ‘el espíritu del 23 de Enero’. Era este un estilo de ejercer la política en el cual, entre los partidos y grupos democráticos, predominaba el interés por resolver los problemas y las controversias, siempre inevitables, dentro de un clima de concordia y unidad. Lo más importante era que las pasiones no se desbordaran ni se impusiera la ofuscación. Impulsados por este ‘espíritu’ se firmó el Pacto de Puntofijo, los acuerdos obrero patronales entre Fedecamaras y la Central de Trabajadores de Venezuela (CTV) y el Programa Mínimo de Gobierno refrendado por los candidatos presidenciales en la sede del Consejo Supremo Electoral (CSE), el 6 de diciembre, víspera de los comicios del día siguiente.
En la actualidad no existe nada parecido al ‘espíritu del 23 de Enero’. Empezando porque el régimen autoritario de Nicolás Maduro se encuentra firme y es apuntalado por algunas de las dictaduras más agresivas del planeta (la china, la rusa, la iraní, la cubana y la nicaragüense). La cohesión del régimen no se ve enfrentada por la unidad monolítica de las fuerzas que lo adversan. Al contrario, lo que se observa es una gran división de los contrincantes del Gobierno, donde se encuentran quienes militan o simpatizan con alguno de los numerosos grupos opositores; quienes, incluso siendo críticos del régimen, no forman parte de ninguna facción ni les atrae ninguna de ellas; y quienes tienen una visión ajena a la del Gobierno, pero no se interesan por la política, sintiendo un gran desprecio por ella. Junto a estos grupos se hallan los ‘alacranes’: la ‘oposición’ oficial. Esa que es alentada y financiada por el propio Gobierno con el fin de estimular la confusión y crear el espejismo de que en Venezuela sí existe una oposición sensata y racional. En este ambiente variopinto es donde se llevarán a cabo las primarias y los comicios presidenciales.
Por todo esto resulta tan importante –como dice Gerver- que las primarias traten de garantizar la propia gobernabilidad de la oposición. Este objetivo pudiera esfumarse si quienes las impulsan no internalizan y asumen plenamente lo que estas significan. Unas primarias son unas elecciones entre candidatos que comparten o tienen posiciones comunes sobre los asuntos cruciales que afectan a la sociedad de que se trate. Son posturas comunes frente a la de los adversarios. Se supone que las diferencias entre ellos son menores a las que los separan de sus oponentes. Se supone, por tanto, que quienes participan en unas primarias lo hacen bajo el compromiso y la convicción de seguir y apoyar a quien resulte ganador, pues este es quien, de acuerdo con los resultados de la consulta, mejor representa las posiciones de todos ellos.
La meta de utilizar las primarias para promover la organización y movilización de los ciudadanos críticos –como propone Gerver- y, además, elegir al candidato opositor y, en gran medida, al liderazgo democrático, se desvanecería si las primarias, en vez de promover la conciliación, se convierten en un campo de batalla donde se baten en duelo los egos y las vanidades personales.
Un acuerdo de coexistencia pacífica se hace aún más perentorio porque en el pelotón de quienes lideran las encuestas para ganar las primarias se encuentran varios dirigentes que no pertenecen al G3, ni han recibido la venia del Gobierno. Las inhabilitaciones que pesan sobre Juan Guaidó, María Corina Machado y Henrique Capriles solo podrían lograrse si la negociación con el Gobierno se realiza en bloque y de forma compacta.
Por el bien de la democracia, la oposición necesita con urgencia un pacto de coexistencia pacífica. Un código de conducta. ¿Habrá quien lo promueva?
@trinomarquezc
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