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El botón de la muestra

(Foto de Federico Parra / AFP)

Alonso Moleiro

La sórdida trama de corrupción Pdvsa-Crypto, con las consecuencias que tendrá sobre el desempeño económico de este año, describe con relativa facilidad el paisaje moral del chavismo y se constituye en una excelente muestra para graficar el mapa de la hecatombe política y social que está en curso en Venezuela desde 2013.

El tiempo aquel en el cual el alto gobierno revolucionario negara la existencia de una crisis económica, y luego de una emergencia humanitaria compleja que iba a producir una diáspora de personas que nadie habría podido prever, dizque para proteger a la nación, “de una intervención internacional”.

Los mandos revolucionarios simulan recién haber descubierto un caso de corrupción que contradice la ética militante, pero la verdad es que la historia de desafueros del entorno de Tareck El Aissami lo único que hace es recrear con voz propia el contexto que produjo el hundimiento de la nación: la necrosis generalizada de la gestión de gobierno, el asalto a manos llenas de los recursos públicos y la renuencia a rendirle cuenta de sus actos al país, al provocar, con la complicidad de las Fuerzas Armadas, la ruptura del pacto republicano que está asentado en la Constitución nacional.

También, por supuesto, el adelanto de una política económica disparatada, sobre-intervencionista, burocrática, conflictuada con la formación de riquezas, que le abrió todas las oportunidades a la corrupción y al pillaje a propiedades ajenas, y permitió el despilfarro de millones y millones de dólares.

Los ilícitos de Rafael Ramírez y su entorno; los sobornos de Odebrecht; las innumerables transacciones fraudulentas en los años de control cambiario; el sobreprecio en las compras de comida; la compra de chatarra para atender la crisis eléctrica; los fraudes administrativos de los programas sociales.

Son historias tan o más graves que las andanzas de Hugbel Roa, han sido denunciadas reiteradamente en estos años, en reportajes periodísticos, declaraciones políticas y debates parlamentarios, son muy anteriores a las sanciones internacionales, y han tropezado con los oídos fanatizados y la moral trastornada de la plana dirigente oficialista.

 El manejo antinacional de los recursos de la república ha dejado al gobierno sin caja, y ahora no pueden concretarse los aumentos que demandan gremios profesionales y ligas obreras para salir de la zona de la indigencia.

La vocería chavista elabora un relato parcial y antojado de la narrativa sobre el hundimiento venezolano, omitiendo los prolongados reclamos que el país nacional vinculado al sector democrático ha hecho durante estos 20 años.

Los arrestos anímicos que han evidenciado ciertos personajes públicos del chavismo para mentir, para esconder las cifras de la nación, para vulnerar la verdad sobre la magnitud de lo que ha sucedido en el país desde la muerte de Hugo Chávez para acá, no solo retrata escombros morales y tinieblas de espíritu, sino que, además, es un ejercicio que corona, con todo su descaro, una carga asombrosa de violencia pasiva, de odio inercial, de desprecio aprendido.

Son espasmos emocionales que alimentan sed de venganza, desprovistos de razonamientos, y que por lo tanto están completamente divorciados de cualquier idea vinculada al bien común, el progreso general o las necesidades de las mayorías.

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