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Mi posición sobre el debate electoral (Parte I)

Benigno Alarcón Deza

Para mí, y estoy seguro de que para muchos de los miles de venezolanos que nos siguen y nos leen, la lucha democrática no es un tema coyuntural sobre el cual conversar, sobre todo cuando estamos cerca de una elección, para mí es un asunto existencial. Es la esencia de mi trabajo y del trabajo de quienes me acompañan en el Centro de Estudios Políticos y de Gobierno, y de la mayoría de las personas con las que me relaciono y converso cada día. Mi vida gira, desde hace años, en torno a la Democracia, porque nací y crecí en Democracia, y quiero volver a vivir y dejar como legado a mis hijos y nietos mi contribución a la reconstrucción de un país democrático y con futuro.

La lucha por la Democracia me ha dado mis mayores alegrías, pero también mis mayores tristezas; me he ganado el reconocimiento de algunos, pero también la crítica y el desprecio de otros; me ha dado logros, pero también fracasos; grandes satisfacciones y no menores decepciones. En este camino he conocido a buena parte de mis mejores amigos y de las personas a quienes más admiro, pero también a mis peores adversarios. La Democracia, para mí, en lo personal, es un propósito irrenunciable de vida.

Entiendo y respeto que la mayoría de la gente tengan otros propósitos de vida. Es lo lógico y lo deseable. El mundo sería aburrido y miserable si todos hiciéramos lo mismo. Pero no cabe la menor duda de que la Democracia es importante para todos, independientemente de lo cada quien haga, y no solo para quienes tenemos como centro de gravedad de nuestras vidas la Política (con P mayúscula), porque la Democracia existe para darnos voz y voto en las decisiones que afectan nuestras vidas en el presente y en el futuro, y para protegernos de los abusos y las arbitrariedades de los poderosos.  

Y si bien es cierto que hoy en día más de la mitad de los pueblos no viven en Democracia, no es porque la Democracia ya no importe (para la mayoría de los pueblos del mundo, más y mejor Democracia sigue siendo una aspiración), sino porque los gobiernos han fracasado en su capacidad de respuesta a las necesidades de la gente, que en la búsqueda de soluciones han terminado eligiendo a alguien que nunca tuvo la intención de gobernar democráticamente y terminó imponiendo un régimen autoritario que se mantendrá en el poder mientras pueda, incluso contra la voluntad de la gente. Los gobiernos democráticos cuando no funcionan son sustituidos, a través del voto, por otros gobiernos. Los gobiernos autoritarios cuando no funcionan evitan ser sustituidos mediante elecciones hechas a la medida, e incluso por el uso de la fuerza, si fuese necesario. Y es, al llegar a este punto, cuando comenzamos a extrañar la Democracia y a preocuparnos por ella.

Este proceso de des-democratización o autocratización comenzó hace muchos años en Venezuela, en mi opinión desde la instalación de una Asamblea Constituyente que buscó neutralizar los balances y contrapesos al proyecto de Chávez, pero involucionó de manera lenta y progresiva, de forma tan gradual que, como el cuento de la rana hervida, no nos dimos cuenta de que el agua se estaba calentando, y muchos incluso afirmaban que no había nada de que preocuparse, hasta que comenzamos a quemarnos.

Lamentablemente, después de 25 años gobernados por una autocracia, algunos se han rendido y otros han sido cooptados por el régimen y, pragmáticamente, han buscado adaptarse para convivir con el adversario y, en algunos casos, hasta para beneficiarse entrando en el círculo de confianza de la élite gubernamental o de sus testaferros y demás operadores, para constituirse en agentes que operan en lo político, lo económico, lo social, e incluso como intelectuales y expertos, algunos hasta con cierto nivel de reconcomiento, para contribuir al sostenimiento del régimen.

Afortunadamente, en términos electorales, este grupo es insignificante, pero muy activo políticamente. Copan las redes sociales, se mimetizan como opositores con narrativas, en ocasiones, bien elaboradas que, aunque pocos entienden, confunden a muchos porque su difusión es extraordinaria gracias al apoyo que se les da desde el mismo gobierno, con miles de cuentas anónimas o incluso nominadas, que no siguen ni son seguidas por casi nadie. Reconcerlos es fácil porque son actores omnipresentes en las redes sociales. Usted los verá cada vez que abra una red social, sin importar cuántas veces al día lo haga, con discursos opuestos a lo que señalan los estudios de opinión serios y confiables, atacando y descalificando a quienes difundimos ideas y conocimientos sobre cómo han funcionado los procesos de transición en otros países, a quienes intentan liderar o poner su grano de arena para lograrlo en nuestro país; o intentado destruir y revertir las tendencias y los consensos a los que la mayoría democrática, que va mucho más allá de los partidos políticos, han llegado con mucho trabajo y esfuerzo, como por ejemplo la realización de una Primaria exitosa y las consecuencias que se desprenden de sus resultados, el consenso actual sobre el liderazgo de quien ganó por una mayoría incuestionable el proceso, lo que trasciende la intención inicial de elegir una candidatura.

Esto no quiere decir que todos los que tienen diferencias de opinión, o incluso opiniones disruptivas, jueguen para el gobierno. Disentir es legítimo y parte esencial del debate político, pero una cosa es disentir de buena fe, porque se cree en lo que se dice. A estos los leo, los escucho, los aprecio y los respeto, porque me ayudan a cuestionar y enriquecer mis propias posturas.

Algo muy distinto es fabricar argumentos de manera maliciosa para confundir, ganar el beneplacito del gobierno o porque se forma parte de un círculo de actores cooptados y financiados, directa o indirectamente, desde el régimen. A ellos no los respeto y debemos recordarles que, como decía Aleksandr Isayevich Solzhenitsyn: “Sabemos que nos mienten. Ellos saben que mienten. Ellos saben que sabemos que nos mienten. Sabemos que ellos saben que sabemos que nos mienten. Y sin embargo, siguen mintiendo”.

Del lado de la oposición hay un grupo que podríamos definir como oposición pasiva que, aunque puede confundirse con el primero, no ha dejado de ser oposición, no se beneficia ni le interesa la convivencia con el régimen, pero puede confundirse con los primeros porque la desesperanza, el miedo o la prudencia le lleva a mimetizarse a la espera de una oportunidad que genere un cambio positivo de expectativas que impulse a asumir un rol de oposición activa nuevamente. El tamaño de este grupo fluctúa porque depende de las expectativas del momento. Ante la falta de expectativas positivas sobre las probabilidades de un cambio político, o la utilidad de participar políticamente, o tras la decepción de una nueva derrota, todos podemos pasar, temporalmente, de ser opositores activos a ser pasivos.

Pero algo que no debemos olvidar es que la mayor parte de las transiciones democráticas a partir de 1974, cuando se produjo la Revolución de los Claveles en Portugal, han sido resultado de las demandas y luchas de las sociedades, y no de la imposición de vencedores sobre derrotados tras una guerra, o de gobiernos autoritarios liderados por hombres sabios o generosos que han decidido limitar o desprenderse del poder. Incluso en aquellos casos en que las transiciones se dan por reformas emprendidas por iniciativa del mismo gobierno, o por negociaciones con quienes se oponen, la motivación suele estar en unas expectativas poco alentadoras sobre su propia sustentabilida en el corto o mediano plazo o por una escalada de la presión social que demanda un cambio político, tal como es hoy el caso de Venezuela.

Bajo estas circunstancias son los opositores activos los que producen los cambios políticos con sus acciones y su ejemplo, son quienes corren los riesgos e inician los movimientos que terminan generando las dinámicas colectivas que van sumando a la acción a otros que se encuentran en modo pasivo, e incluso a quienes hasta entonces habían preferido mantenerse al margen por miedo o incredulidad. Afortunadamente, Venezuela no se ha rendido y la oposición activa es muy significativa en términos electorales y de movilización ciudadana, como lo demuestran los estudios de opinión pública más confiables, y como se hizo evidente en los niveles de participación de una Primaria que, por lo general, solo moviliza a los sectores más activos y comprometidos con alguno de los liderazgos que participaba en el proceso, y sin embargo alcanzó a algo más de 2.700.000 electores.

Quienes me conocen y/o han leído mis artículos o trabajos durante los últimos diez años, siempre me han reclamado por mi pesimismo y me han recomendado y, no en pocas ocasiones, exigido una actitud más positiva y optimista. La realidad es que un analista no puede darse el lujo de ser pesimista u optimista. El pesimismo o el optimismo son sesgos que inciden sobre la calidad del análisis.

Es por ello que el pasado 11 de octubre, cuando presentamos ante los medios de comunicación nuestra encuesta nacional sobre la Primaria que se realizaría doce días después, y en donde anunciábamos niveles de participación que alcanzarían entre doce y quince por ciento del padrón electoral y el triunfo de María Corina Machado con un 90% de los votos; y cuando posteriormente hice la presentación de la prospectiva política para 2024, los periodistas que asistieron mostraron sorpresa al notar un giro más optimista en mi perspectiva sobre las probabilidades de que ocurriese un cambio político en el corto-mediano plazo.

Ciertamente, un cambio hoy tiene mayores probabilidades porque comienzan a converger factores y tendencias que nunca antes estuvieron juntas y que han sido parte de los procesos de transición de los últimos diez años: Consenso social en torno a la necesidad de un cambio político (alrededor de 85% del país cree que es importante un cambio de gobierno, incluyendo un 40% del chavismo); Unidad de los factores políticos más representativos; un liderazgo legitimado en una primaria que conecta con la sociedad; una sociedad civil movilizada (la Primaria, el 600K, la proliferación de comanditos en las zonas populares, Creemos Alianza Ciudadana, las concentraciones masivas de apoyo a la candidata electa, son muestras de ello); una comunidad internacional que facilita procesos de negociación entre el gobierno y la oposición, pero también presiona por condiciones electorales; y la inminencia de un proceso electoral que es visto por todos como una oportunidad para producir un cambio político, son elementos importantes de esta convergencia de factores que aumentan las probabilidades de una transición política.

El cambio es posible a través de la elección que tendrá lugar el 28 de julio, pero para ello es necesario mantener la unidad entre los liderazgos opositores en torno a quien hoy tiene la mayor influencia, incidencia y capacidad de movilización, para desde allí fomentar expectativas positivas que faciliten la acción colectiva de muchos para mantener a ese 85% de la población que considera importante que se produzca un cambio político cohesionada, atenta y movilizada. Asimismo, es importante la coherencia y articulación entre los miembros de la comunidad internacional democrática para presionar y facilitar el cambio político, considerando siempre que habrá otros actores internacionales de vocación autoritaria que intentarán ser el contrapeso a las iniciativas en favor de la Democracia.

Algunos dicen que el cambio no será posible porque la oposición no se ha puesto de acuerdo en un candidato, la realidad es que este es un tema que en lo personal no me preocupa demasiado mientras se mantenga la unidad entre los principales partidos de oposición y haya un liderazgo legítimo y con credibilidad, como el que hoy tenemos gracias al éxito de la Primaria,  que sea el referente al que la gente mira y escucha para coordinar el accionar colectivo. Para que un candidato tenga alguna posibilidad de éxito hoy, y no se convierta en un factor adicional de división, necesita de un amplio consenso, y tal consenso es hoy imposible sin el aval de quien la gente eligió para liderar este proceso.

El 20 de abril vence el plazo para que la oposición coloque un nombre definitivo en las tarjetas que la representan, y todos querríamos ver el mismo nombre en todas las tarjetas que dicen representar a la oposición. Lamentablemente, eso no pasará porque no todos los que dicen ser opositores lo son, y están allí tan solo para ejecutar la estrategia divisionista del gobierno, e incluso otros que sí lo son no tendrán el desprendimiento para entender que este no es su momento y la prioridad es Venezuela.

Pero lo que más importa hoy es que Venezuela no se ha rendido y la gente decidió que el cambio es necesario y depende del compromiso y la acción de todos nosotros. Cuando un país decide cambiar no hay mucho que puedan hacer quienes están en el poder para evitarlo. Es por ello que el 28 de julio, de una forma o de otra, sabremos qué hacer y por quién votar, lo que derrotaría la estrategia del gobierno de dividir para vencer y polarizaría la votación entre Maduro y quien mejor represente a las fuerzas democráticas. Este es un escenario muy probable en el que el cambio político sería inevitable.

Si se materializase este escenario, ¿qué vendría después? Lo dejo para una próxima entrega.

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