Opinión y análisis

Estatismo ideológico

Rafael Quiñones

El 20 de noviembre del 2023, en el portal digital “La Gran Aldea”, se publicó un magnífico escrito llamado “La izquierda como dogma”, en el que se expone que buena parte de la izquierda venezolana (y que podría aplicarse a la mayor parte de la izquierda latinoamericana), asume sus creencias no de acuerdo a la deliberación y comprobación empírica de esas creencias, sino en el prejuicio y la superioridad moral. Por ende, en política este tipo de izquierda en una democracia tendría poco espacio para la reflexión, el debate y la negociación política orientada a fines comunes.

¿Y cuáles son los dogmas de esta izquierda? Fernando Mires, en el escrito “La crisis de las ideologías” (recopilado en el libro, “Democracia y barbarie), las enumera en: la existencia de sólo 2 alternativas para el desarrollo económico de la región, la neoliberal y la estatista; el desarrollo de naciones latinoamericanas sólo cuando sea derrocado el “Imperio” (Estados Unidos de América); y el funcionamiento del Socialismo revolucionario marxista en América Latina, aunque haya fracasado rotundamente en Europa, Asia y África.

De estos tres dogmas, el que llama la atención es la falacia del falso dilema de neoliberalismo vs. estatismo. El mismo término neoliberalismo funge más como llamaría Laclau (2014) como un “significante vacío”: un término al cual no le corresponde ningún significado específico, lo que le permite al significante tener un abanico de posibilidades que no admiten cierre. Por ende, neoliberalismo para este segmento de la izquierda es todo lo que no es estatismo económico. Todo lo que discrepe de usar el Estado como modo de desarrollo económico y social es “neoliberal”.

Y eso deja claro que simplemente se le llama neoliberal a cualquier intento práctico de reducir el espacio del Estado en la economía de un país. No se concibe como una doctrina. Las diversas teorías económicas que promulgan la reducción del Estado en lo económico y social son muchas, y a veces muy divergentes entre sí: Friedrich Hayek, Ludwig von Mieses, Carl Menger tocan el tema del Estado en la economía; las escuelas de Fribourg y Munich se enfocan en los precios y ganancias; Milton Friedman en el monetarismo; etc. No hay un cuerpo homogéneo de ideas con el que se pueda afirmar que existe el neoliberalismo como doctrina.

La contrapartida al estatismo económico y social es el liberalismo económico. Si está sección de la izquierda aún reivindica el socialismo revolucionario marxista, es obvio que sea estatista, porque el socialismo revolucionario es una ideología estatista, pero no todo estatismo es socialismo marxista. Eso lleva muchas veces a estos defensores de la izquierda a preferir un gobierno autoritario pero estatista, en vez de uno democrático pero liberal, incluso si no entra dentro de los esquemas marxistas. Por tanto, el estatismo empieza a conformarse como un elemento esencial del pensamiento antidemocrático y principal coartada ideológica de las dictaduras en América Latina. El neoliberalismo opera como ese mal absoluto, en que para oponerse se puede justificar todo recurso, incluso una tiranía para combatirlo. Aquí la libertad y la democracia son accesorias.

Y esto nos aleja del verdadero conflicto en América Latina entre democracia y dictadura. De todo el gran grupo de países que existen en la región, solo 3 se pueden llamar plenamente democráticos: Uruguay, Costa Rica y Chile. El resto oscilan entre democracias débiles, regímenes híbridos y autoritarismos plenos. Los 3 países plenamente democráticos de la región oscilan entre diferentes tipos de liberalización económica, según sus respectivos mercados, pero las bases de su democracia siguen siendo las mismas: Estado de derecho robusto, cargos públicos electos, elecciones libres, imparciales y frecuentes, libertad de expresión, acceso a las fuentes alternativas de información, autonomía de las asociaciones de la sociedad civil,  y ciudadanía inclusiva.

El estatismo no es sólo la fachada ideológica de las dictaduras de la región, sino de instituciones políticas y económicas extractivas. El Estado siempre que cuente con un Estado de derecho débil – despreciado por los estatistas- tendrá  una herramienta para extraer recursos naturales (petróleo, oro, etc.), vendidos en el extranjero para, en teoría, usar el dinero en inversiones públicas para aumentar la calidad de vida del ciudadano común, aunque en realidad termine principalmente en manos de unos pocos poderosos (Acemoglu y Robinson, “¿Por qué fracasan los países?), para comprar lealtades dentro de una coalición autocrática.

En contraste, según los mismos Acemoglu y Robinson, “el círculo virtuoso surge no solamente por la lógica inherente del pluralismo y el Estado de derecho, sino también porque las instituciones políticas inclusivas tienden a apoyar a las instituciones económicas inclusivas. De esta forma, se tiende también a una distribución más igualitaria de la renta, lo que confiere poder a un segmento más amplio de la sociedad y hace que las reglas del juego político sean más equitativas. Esta situación limita lo que se puede lograr usurpando poder político y reduce los incentivos para recrear instituciones políticas extractivas. El pluralismo también crea un sistema más abierto y permite que prosperen los medios de comunicación independientes, lo que facilita que los grupos que tienen interés en la continuación de las instituciones inclusivas estén prevenidos y se organicen si aparecen amenazas contra estas instituciones. El círculo virtuoso crea una tendencia por la que las instituciones inclusivas persisten, pero no es ni inevitable ni irreversible. El hecho de que las instituciones inclusivas sobrevivan y se hagan más fuertes con el tiempo se debe no solamente al círculo virtuoso, sino también al devenir circunstancial de la historia«. Daron Acemoglu y James A. Robinson «¿Por qué fracasan los países?», pág: 204.

La pobreza es un problema social fundamental, pero el estatismo ideológico concentra toda su visión en que es un problema eminentemente político y se arregla incrementando el poder del Estado sobre la sociedad. Pero las pruebas empíricas han demostrado que la pobreza sólo se puede resolver en libertad y en democracia, donde podemos desarrollar las mejores ideas y políticas públicas para su reducción y quizás su erradicación. Sólo si se tienen ideas y proyectos para combatir la pobreza, que puedan ser confrontados en sí, se desprenderá una discusión de la que surjan alternativas que lleven a soluciones a los problemas sociales que vivimos. El Estado y la política no son en sí las herramientas para ejecutar planes de desarrollo para erradicar la pobreza, sino espacios de discusión y ejecución de ideas, entre ellas el mismo desarrollo de una sociedad.

Pero los defensores de dogmas no desean política democrática, porque las creencias no se discuten y eso los lleva al destino tenebroso de no generar ninguna verdad. Sólo con la libertad con que ha de contar cada ciudadano (considerado como un ser libre, racional y éticamente autónomo) se puede deliberar sobre los asuntos públicos y llegar a la verdad de cómo resolver los problemas concretos de la sociedad.

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