Guillermo Ramos Flamerich / 23 de abril de 2015
La oscuridad no puede deshacer la oscuridad;
Únicamente la luz puede hacerlo.
El odio nunca puede terminar el odio;
Únicamente el amor puede hacerlo
Martin Luther King
El joven alza su brazo derecho, mueve su mano como si fuera a formar un puño. Su pecho está lleno de sangre, no es la suya, pero le pertenece. Su mirada de indignación está un poco perdida. Los cascos de dos policías de espalda, forman un marco. Al fondo, desenfocado, ocho manifestantes que parecen en cada momento estar más lejos. Es la descripción de una fotografía que le dio la vuelta al mundo. Es del día 24 de febrero de 2015, momento después del asesinato del joven de 14 años Kluiverth Roa por parte de un efectivo de la Policía Nacional Bolivariana. Uno de sus amigos colocó la sangre en el pecho y los retó a que también acabaran con él.
La imagen se suma a la iconografía de la Revolución Bolivariana, la cual, en más de tres lustros, ha sido diversa, pero con un hilo conductor: la violencia. Estas aseveraciones pudieran refutarlas con ejemplos de discursos donde el Presidente de turno (sea Chávez o Maduro) utiliza palabras como paz, amor, unidad. Pero la raíz militarista y autoritaria del modelo que hoy nos gobierna, intenta imponer una sola verdad, supuesta garantía de todas las virtudes, con permiso para destrozar y convertir en “polvo cósmico” cualquier disidencia.
El sistema se fortalece cuando sus oponentes acuden como medida desesperada a la violencia. El combustible principal de la revolución no ha sido el debate de ideas, mucho menos la democracia y el respeto al otro, sino la confrontación, resentimiento y amargura. Y cada vez se pone peor…
Entonces la historia se convierte de nuevo en la consejera de ese qué hacer cuando la dirigencia y la militancia democrática se ven en un callejón sin salida. Llegan los ejemplos de héroes del pasado, movimientos reivindicadores que lograron vencer a hegemonías más poderosas y consolidadas y lo más importante, trabajaron por reconciliar a sus nacionales. Es allí cuando hablamos del movimiento de la No Violencia.
Son lugares comunes utilizar a Mahatma Gandhi, Martin Luther King o Nelson Mandela cuando se necesitan palabras de coraje y fortaleza. Pero sirven de respuesta pertinente en un contexto cada día más perverso. La Marcha de la Sal de Gandhi, en 1930, fue un gesto simbólico de autodeterminación, el simple hecho de producir sal fuera del monopolio británico, así fuera minúscula esa producción, era ejemplo de libertad; la Marcha de Selma a Montgomery, liderada por Luther King en 1965, recibió el ataque y desprecio de la intolerancia racial, agresiones físicas y viles asesinatos, pero fundamentaron la consolidación de los Derechos Civiles en los Estados Unidos. De Mandela y Suráfrica, la evolución del pensamiento individual y común, una vida dedicada a construir no solo la visión de su grupo, sino ver al otro como un igual que debe ser respetado.
Si el movimiento es No Violento, ¿qué hacer con la violencia creada desde el poder? Los ataques físicos y morales pretenden generar un miedo que inmovilice a la ciudadanía organizada y bajar la autoestima general, pero también una forma de dividir a la dirigencia que entre culpas y acusaciones, dejan a un lado sus propósitos, y al no asumirlos ni tomar riesgos, todo lo cubre el manto de la inacción.
¿Cuántos desconocidos han muerto en la búsqueda de cambios en la Venezuela de estos años? Son muchos. Y entonces escuchamos la típica frase: “Esta sangre no será derramada en vano”, pero sí se derrama en vano, porque más allá de las palabras del momento, el compromiso se disuelve. Si la labor es por la libertad de un colectivo, el dirigente debe ser un guía, sí, pero uno más a la hora de arriesgar. En la hora actual, no necesitamos tantos candidatos, sino líderes, no mesiánicos ni invencibles, sino comprometidos con lo que dicen defender. Honrar la memoria de los caídos, no dejarlos en el olvido, buscar justicia y reivindicaciones, sin venganza pero con fortaleza.
Se debe construir una visión de esa sociedad deseada ¿Cómo es? ¿Qué la conforma? ¿Cómo se logra? Allí recae la cimentación de imaginarios y la raíz integradora. No es solo la salida de un gobierno o un sistema, es la vida entera. La No Violencia es profundamente reflexiva y una dualidad entre lo concreto y ese abstracto de lo que podemos ser como pueblo. La violencia generada desde el poder, no es más que una fase a superar y la cual se debe evitar a toda costa, pero que no sea razón para detener el cambiar de la historia.
Se lee fácil, se dice fácil, hasta se puede difundir de manera sencilla e inspiradora las formas pacíficas de brega contra quien oprime y amenaza. Pero es un trabajo de paciencia y sobre todo, acción. También de saber combinar lo efímero de las pasiones encontradas que buscan sucesos a la brevedad, con una aspiración profundamente democrática de superación y bienestar. Crímenes como el de Kluiverth Roa y los 25.000 homicidios anuales víctimas del hampa, son razones suficientes para transformar el miedo e indignación en la esperanza que solo construye la organización y el trabajo.
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