Culto a la personalidad
Daniel Fermín Álvarez – 11 de septiembre de 2015
El Ministerio del Poder Popular para la Educación decretó, el pasado 4 de septiembre en la Gaceta 40.739, el nacimiento y la muerte de Hugo Chávez Frías como efemérides del calendario escolar. Se trata de una muestra más del gigantesco –y grotesco– culto a la personalidad que se ha apoderado del Estado venezolano.
No es nada nuevo. En marzo del año pasado, el presidente Nicolás Maduro ordenaba el uso de un estandarte con la imagen de Chávez en todas las instituciones militares del país. Un año después, en marzo de este año, el Ministerio de Educación “sugería” la elaboración de poemas para el fallecido mandatario. Tampoco es tan viejo. A pesar de que la tentación personalista nunca nos ha escapado del todo, en aquellos años de la república civil, eso de murales y vallas omnipresentes con la cara del mandatario de turno era algo ajeno que se veía en Cuba, en la URSS.
Este culto a la personalidad ha penetrado en su totalidad la estructura del Estado. En cada obra, en la más mínima acción de gobierno, pareciera que lo más importante es la promoción del hombre bueno que la hizo posible. Por eso, su rostro y su nombre son lo prominente. Vallas, murales, placas, propaganda de todo tipo en todo tipo de medios. Desde nuestros más pequeños pueblos hasta nuestras más grandes ciudades tienen por protagonistas la omnipresencia del benefactor. Mejor dicho, de los benefactores. Y es que si los ojos de Chávez, el elemento más orwelliano de la iconografía revolucionaria, son especialmente notorios, la verdad es que el personalismo se distribuye, cual cascada, a todos los niveles, y a ambos lados del pasillo político. Desde el hombre que, vestido de pelotero, se dice pueblo en las vallas, hasta el gobernador que, según su propaganda, “no tiene asco de abrazar a uno los viejitos”, el personalismo y, mas aun, el culto a la personalidad, se apodera de la política, del gobierno y del Estado.
Todo esto, claro está, se hace con el dinero de la gente. La oscurana en el acceso a datos de la administración pública dificulta el acceso a cifras oficiales, pero lo cierto es que las partidas que se van en publicidad, propaganda y promoción superan, muchas veces, a las de áreas realmente críticas que deberían recibir esos recursos. Cuando se saca la cuenta, después de lo que se gasta en el culto a la personalidad, el clientelismo y los gastos ordinarios, ¿Qué queda para la gestión? La finalidad misma del Estado y de la función pública queda reducida a algo accesorio, irrelevante.
Es inaudita esta idea según la cual al alcalde x, el gobernador y, el presidente z, hay que “agradecerle” que “ahora sí tengo mi casa”, que “mi niño tiene lentes para poder leer”, y cualquier otra iniciativa oficial. Es su trabajo. ¿Quién ha visto al panadero imprimiendo su nombre en sus cachitos y exhibiendo, luego, que gracias a su nobleza ya el cliente no tiene hambre? Es la más falsa de las filantropías.
El culto a la personalidad es, en gran parte, responsable del deterioro de la institucionalidad republicana y democrática. Es la anti-república, el anti-Estado moderno. Sus efectos se sienten, no en abstracto ni en lo superficial, sino en lo más directo: en los recursos que le restan a las áreas prioritarias, en la maestra que debe, ahora, diseñar su cartelera, tarea y actividad ese próximo 5 de marzo y 28 de julio…
En nuestra sección Opinión y Análisis, Juan Manuel Trak ofrece una nueva entrega de su Enfoque Político. En el artículo “Des-democratizando a Venezuela”, Trak aborda el desempeño de la democracia desde las definiciones de Tilly y Morlino, para seguidamente presentar y describir la medición de los Derechos Políticos y Libertades Civiles que elabora Freedom House desde 1972. Al final de este trabajo se encuentra un utilísimo gráfico interactivo de la evolución de estas dimensiones en América Latina, en el que, lamentablemente y después de décadas exhibiendo una posición privilegiada, Venezuela queda hoy muy mal.
En Testigo de Época, Luis Salamanca trae la segunda entrega de “¿La ventaja está a prueba de manipulaciones?”. El autor retoma su artículo de la semana pasada para luego referirse a otras modalidades que está utilizando, a su juicio, el gobierno de Nicolás Maduro para “rebanarle el jamón de los votos” a la oposición. En este sentido, Salamanca analiza el sistema electoral paralelo, el sistema de representación proporcional, el sistema nominal, el gerrymandering, el malapportionment y el estado de excepción.
En Debate Ciudadano, Carlos Romero escribe “El Parlamento y el desarrollo sostenible”. En este artículo, Romero expone los diecisiete nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU, y plantea el importantísimo papel de los parlamentos en la tarea de velar por el cumplimiento de estos objetivos. Concluye el autor reflexionando acerca de la necesidad de construir, a partir del 6 de diciembre, la institucionalidad parlamentaria que lo haga posible.
Guillermo Ramos Flamerich, en Cable a Tierra, escribe un sentido artículo sobre los sucesos que llenaron nuevamente de violencia las calles del centro de Caracas. Dedicado al dirigente opositor Leopoldo López, “Estar claros” es una reflexión honda sobre el odio y la violencia, pero también un llamado a la paz, al impulso de la ciudadanía y la defensa de la democracia.
Finalmente, en el Espacio Plural, recibimos el aporte de Ingrid Jiménez, investigadora que, motivada por un reciente foro sobre Integridad Electoral llevado a cabo en la ciudad de Barquisimeto, escribe “Crisis y nuevos escenarios electorales”. Jiménez se refiere al Estudio de percepciones ciudadanas del sistema electoral venezolano y analiza algunos de los fenómenos más relevantes que este recoge: el desencanto con el chavismo, la desconfianza en las instituciones, la despolarización política y la desesperanza. Jiménez concluye emplazando a una reforma electoral que sea garantía de elecciones “verdaderamente competitivas”.
Junto al nacimiento y muerte de quien llaman el “comandante supremo”, también halló su lugar en la Gaceta el 4 de febrero de 1992, su obra. Resulta apropiado que, si la conmemoración del hombre constituye ya un exabrupto, la de su opera prima, aquel golpe sangriento que, acabando con la vida de centenares de venezolanos, también significó un descarado ataque contra la institucionalidad del país, sea también celebrada.
Si hemos de construir una institucionalidad fuerte, y hemos de construirla si queremos avanzar como Nación, debemos desterrar el culto a la personalidad, a la auto promoción con dinero ajeno, a la vanidad farandulera del poder. La cuestión es quién se atreve, qué alcalde, gobernador, diputado, presidente, asume con gallardía decir ¡basta!, construir una cancha sin que lleve su cara el tablero, entregar un título de propiedad o un crédito sin hacer de ello un acto público en el que se hace desfilar, uno a uno, a los beneficiarios para agradecer ante las cámaras al generoso benefactor.
El que lo haga, el que se atreva, demostrará ser un verdadero republicano y un político con el buen gusto de destinar los dineros del pueblo a lo que realmente importa. Mientras tanto, cada 5 de marzo, cada 8 de julio y cada 4 de febrero, pero también en cada mural, en cada acto innecesario, en cada valla, tendremos un tormentoso recordatorio de lo mucho que nos falta en el camino de rescatar una institucionalidad democrática que haga de aquello de “República” algo más que un postulado nominal.
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