Espacio plural

Del Estado fallido al Estado malandro

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Luis Rafael Medina Gil – 8 de abril de 2016

La transición entre el estado bribón de hoy y la sociedad que deseamos demandará la búsqueda de acuerdos. Tales arreglos deberán ser pactados con truhanes como contraparte. Los alérgicos a la conciliación deberán comprar muchos pañuelos para sus fosas nasales.

“Para mis amigos todo. Para mis enemigos la ley”. Con esta sentencia ilustraría sin desperdicio alguno el dictador peruano Oscar Benavides, la tesitura de esa forma tan nuestra de asomarnos al poder. Y aunque lo pareciera, el desborde de la institucionalidad no es cosa de exclusiva factura de estos tiempos. El autoritarismo y su degeneración más palmaria, la corrupción, se incubaron en los genes de muchos cuentadantes de la hacienda pública de estas tierras de manera secular. Mandonería y latrocinio han sido comportamientos mellizales por estos lados del mundo. La optimización a nivel superlativo en descaro y la poca atención a las formas, desde luego que sí han sido un aporte de la mandante pillería desvergonzada.

26Hay quien se atreve a aproximar, con Darcy Ribeiro a la cabeza, que ese desmedido apego por la res pública descendió de los barcos junto con los españoles. Otros, con investigaciones de por medio y acusados de eurocentristas por el brasileño y sus correligionarios, contraponen que por allá en aquellos días primigenios de etnias y caciques, ya había a quien se le escurriera la mano hacia los bienes de la tribu, si no para qué otra cosa había códigos de castigo para el robo. El ataque, pues, al patrimonio de todos, al parecer es hábito ancestral. Lo nuevo es el desparpajo y el atrevimiento abusivo con los cuales el dolo permeó hacia todos los estratos, instituciones, niveles y población en general de forma cardinal y longitudinal. Para decirlo con la palabreja de moda, ya el fenómeno es transversal. La revolución, qué duda cabe, hace normal lo extraordinario. Depredar los fondos públicos con el descaro de hoy es novedoso aporte al paisaje cotidiano nacional.
Divorciados de toda vergüenza, los granujas de hoy convirtieron el despotismo de otros tiempos en la conducta aviesa y habitual que ahora tan a pocos asombra. Pocos días ha que la angustia entre todos era la ausencia de la institucionalidad estructural, cuyo resultado habría de ser una crisis humanitaria. La pronunciada y recurrente fragilidad estatal anuncia que hacia allá vamos raudos y sin freno. Pero como a algunos males les aburre la soledad, los nuestros, asaz de universales, se hacen acompañar por catastróficos conceptos de política internacional. Los versados en tales lides, con cercano acierto, desempolvaron la tesis del Departamento de Estado norteamericano del Rogue State. “Estado canalla, gamberro o villano”, aclara Wikipedia, es aquel “dominado por un régimen autoritario que restringe severamente los derechos humanos”. Si se asustó con el perfil anterior, recomiéndese detener esta lectura, porque lo que está en las líneas que siguen podría causarle insomnio.

La poco honrosa clasificación contiene otras categorías. La primera, Estados Fallidos, son los generados por la ausencia de control físico del territorio, o pérdida del monopolio en el uso legítimo de la fuerza. Verbigracia, guerrillas de todo tipo, ideología y color en toda la frontera nacional, o paramilitares en el arco minero. Para muestra, el informe del Observatorio de Delito Organizado del año 2015 refiere que 51 bandas están organizadas en 10 estados de Venezuela. Si ello no pusiera desazón, el parte ofrecido por el criminólogo Fermín Mármol García, llama a espanto. Explicó que en Venezuela ocurren 70 homicidios por cada 100 mil habitantes, que de cada 100 delitos en el país sólo se resuelven 6 y que la población delictiva libre es mayor que la población reclusa: 72 mil delincuentes libres contra 60 mil recluidos. Vire la mirada hacia el Alto Apure y Tumeremo por no hacer más larga la lista.

La enumeración continúa con Estados Proscritos o Forajidos para aquellos de precario acatamiento a normas y convenios internacionales. Revísense providencias y sentencias de la CIDH emanadas hacia Venezuela y algo le explicarán en este aspecto. Ambos, de acuerdo a los entendidos, no deben confundirse con los Estados fallidos, que son los que no pueden ni siquiera ejercer su poder dentro de su propio territorio. Imagino que ya pensó Ud. en colectivos junto a bandas armadas en las zonas urbanas. En la Cota 905, los Valles del Tuy y El Cementerio tienen algo que abonar sobre este asunto.

En el siguiente escalafón de la infamia institucional se encuentra el término de Estado débil para aquel cuya autoridad legítima se encuentra erosionada en su radio de acción para tomar decisiones. Sí, Ud. y yo pensamos en esa misma. La “autoridad legítima” que pasa semanas anunciando que anunciará anuncios que nunca termina anunciando y que cuando los anuncia es para anunciar el nombre del funcionario que explicará lo anunciado en próximos días por anunciarse. So pena de lo “cantinflérico” del extracto anterior, apreciamos no tener que ampliar con algún ejemplo que grafique o explicite el cumplimiento en estos predios de esta categoría.

Otra categorización es la de Estados Parias, la cual define a cuantos cuya incapacidad para interactuar con otros estados los desestima como miembros plenos de la comunidad internacional. Hay poblaciones ayer unidas y hoy separadas por un en las proximidades de San Antonio y Ureña, que bien saben de lo que es sentirse como parias. Igual habría ocurrido con los amagos de fanfarronería nacionalista frente a Guyana, si al menos se lo hubieran tomado en serio.

La lista sigue con la calificación de Estados Colapsados producto de su incapacidad para suministrar los servicios y bienes básicos. ¿Necesita ejemplos? El listado finaliza con apreciaciones como Estados Fuera de la Ley (States Outlaw), Estados Preocupantes (States of Concern) y otros. Pero hete aquí que en las riberas del Potomac poco saben de la inagotable prosapia caribeña inoculada de tantos siglos de “viveza criolla”. ¿Cómo explicarle a un atildado oficinista del edificio Truman en el Distrito de Columbia, que debe agregar a su compendio términos como “Native Cunning” o “Creole Vivaciousness”? Peor aún costará lograr que entienda que desde por allá mismo, desde Cambridge, Massachusetts, el venezolano Boris Muñoz enriqueció la caracterización con una definición difícil de traducir académicamente: Estado Malandro. Hasta la felonía de los rufianes destructores de la institucionalidad, por incomparable, es resistente a las categorías y clasificaciones. Es improbable trasladar a otro idioma acepciones como “Pran” o “Pranato” sin que pierdan toda la esencia semántica de su perversidad.

El envilecimiento de nuestra sociedad como filosofía y praxis política. La impunidad alevosa promovida desde el gobierno como un ejercicio de control social. Funcionarios cuyo prontuario los acredita más para ser administrados de las cárceles que sus administradores y a las cuales convirtieron en garitos y discotecas. Y el irrespeto y desconocimiento de toda convención social que propicie la convivencia, son la tarjeta de presentación de un régimen que impuso la pillería como conducta modélica. El patrón de conducta del anunciado hombre nuevo es un motorizado que protege su codo con el casco policia-malandro-zulia-cuadroque debiera llevar en la cabeza; serpentea entre el tráfico al implante de su dinámica ruidosa y corneteo ensordecedor; infringe todo el catálogo de leyes a su paso, ya sean ésta de tránsito o no; magrea con lascivia a cuanto espécimen del sexo femenino aviste; agrede cualquier propiedad o bien que se interponga o limite su mecánica trashumancia, retrovisores incluidos especialmente; irrumpe a contravía en cualquier espacio; y circula y estaciona su moto sobre las aceras. Donde debiera estar la placa que registre e identifique su vehículo está una sentencia: “Me importa lo que es un coñemadre ná”. Por eso, la negociación de los conflictos y la generación de acuerdos desde el poder siempre se ha preferido hacer con Pranes y no con estudiantes u opositores, quizás porque los códigos que se manejan entre maleantes y funcionarios son comunes.

El sosiego que vendrá una vez superado este hamponato y sus paradigmas de facinerosos, impondrá la necesidad de la búsqueda de nuevos acuerdos. En castellano más prolijo, renovar el contrato social. La persecución de arreglos la definirán, se entiende, quienes fueron impermeables al prototipo buscón y malevo. Pero no nos movamos a engaño, con el pillaje habrá que entenderse. Hasta para ellos será necesario ofrecer garantías. Lo otro sería fertilizar el gramaje de la contienda y ya sabemos quién nos aventaja y de largo, en medio de esa refriega colectiva conocida en los textos y laboratorios como conflictividad social. Si para cristalizar ese difícil concierto se tratase de un pliego de recomendaciones ofrecidas por un astrólogo, nos diría algo así como, “palabras claves para esta fase: conciliación, coexistencia y cohabitación”. La experiencia del retorno chileno a la democracia exhibe buenas y contundentes pruebas de la necesidad de ese pacto social mitigador del revanchismo y la venganza. Conceder y transigir hasta con quienes todavía hoy son severamente inclementes. Aún cuando le costó la vida propia, no olvidemos las palabras de Yitzhak Rabin ante las tenaces detracciones por sus denuedos en favor de la armonía con Palestina: “La paz se hace es con el enemigo. Con los amigos ya uno lo está. Yo quisiera firmar un acuerdo de paz con el Príncipe de Mónaco y la Reina de Holanda, pero la paz se firma con los enemigos y Arafat es el principal enemigo».

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