Luis Rafael Medina Gil – 17 de junio de 2016
“Los Dioses condenaron a Sísifo a empujar eternamente una roca hasta lo alto de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Pensaron, con cierta razón, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza”.
Albert Camus
Sancionado por el Olimpo, Sísifo debió subir ad aeternum una piedra que se caería nomás la dejase en la cima. La oposición venezolana ha sido condenada a similar tarea. Ascender una cima de requisitos que siempre se devuelven a su punto de inicio.
En la rica mitología griega, se destaca la astucia e invectiva de Sísifo, el hijo del Dios Eolo y fundador de Corinto. Ciudad ésta a la que amuralló y obligó a pagar un impuesto a todos aquellos viajantes que la transitasen en su itinerario, creando de esta manera la primera experiencia tributaria de que se tenga conocimiento en la historia. También era un rico ganadero, pero Autólico, un vecino, le robaba sus reses. El cuatrero había recibido del dios Hermes el don de transformar los toros en vacas y cambiarles el color de blanco a rojo. Con esta treta sustraía del rebaño de Sísifo los toros blancos y los trocaba en vacas rojas. Ante la mengua de su hato y el crecimiento de la manada de su vecino, la suspicacia le llevó a idear un plan. Grabó en los cascos de sus animales de color níveo la inscripción: “fui robado por Autólico”. Y así puso en evidencia al malevo vecino, asaz de evitar que siguiera hurtándole.
Su perspicacia logró burlar hasta a los mismísimos dioses del Olimpo. Zeus, quien al parecer sufría de priapismo, solía mimetizarse con cualquier animal u objeto para seducir o raptar jovencitas. Una de las doncellas destinataria de sus deseos fue Egina, la hija de Asopo, el dios de los ríos, quien acudió a Sísifo para que lo ayudase a dar con el captor. El sagaz Sísifo, a cambio de la información, le requirió la creación de un río desde las colinas de su ciudad. Satisfecha su solicitud, indicó el paradero de Zeus y la raptada. Al ser descubierto, el jefe del Olimpo debió transformarse en roca para huir de la furia de Asopo.
La represalia de Zeus no se hizo esperar. Le sentenció a muerte y envió a Hades para que lo llevase hasta la necrópolis. Mas Sísifo timó igualmente a Hades y cuando éste trató de encadenarle, fingiendo ingenuidad le preguntó sobre la pertinencia de esos extraños aros metálicos. Ante la respuesta de Hades de que eran los brazaletes para atar a los condenados, le pidió que le mostrase cómo funcionaban y al ponerse el dios de la muerte a sí mismo las esposas, lo dejó atado y escapó.
Zeus no cejó el encono hasta lograr que se cumpliese su dictamen. El sentenciado fue conducido hasta el dominio de los muertos. Sin embargo, la argucia de Sísifo no reparaba en límites. Le había ordenado a su esposa que si fallecía no se le oficiasen honras funerarias algunas y en su arribo al territorio de la muerte, protestó ante la diosa Perséfone, esposa de Hades, por cuanto su familia no había podido realizar las exequias que merecía. Fue nuevamente liberado con la condición de que una vez realizado el ritual mortuorio retornase al lugar de los muertos. Desde luego, no lo hizo, hasta el momento en que fue atrapado por Hermes y conducido por la fuerza hasta el reino de la parca. Una vez allí, se le puso como condición para regresarlo al mundo de los vivos el subir una piedra de tamaño considerable hasta la cima de una montaña. Pero era un ardid de los dioses para castigar “burla burlando” a quien los había expuesto a la risa tantas otras veces. En realidad se lo condenó por siempre a subir con mucho esfuerzo una pesada roca hasta lo más alto de una colina. Y justo cuando ya ha logrado su cometido y la deja en lo plano, la piedra se desplaza por su propio peso y cae rodando hasta pié de la loma, desde donde debe volver a empezar. Así hasta la eternidad de los tiempos.
Auxiliadas las distancias que se nos imponen, cabe no echar al olvido los artificios del fundador de Corinto, ni su zafio empecinamiento en luchar contra cualquier sentencia, por muy eterna e invencible que ésta se muestre. Las argucias de Sísifo en pos de aferrarse a la vida han atraído desde siempre a la humanidad. Pero lo que más se ha puesto de bulto es obstinado carácter, que no ceja en el empeño de subir y subir per sécula un peñasco que sabe volverá a caer. El mito de este castigo terrible, como todas las fabulaciones de los griegos, siempre persigue una enseñanza. La de la historia de Sísifo es que por muy elaboradas que sean las añagazas, no hay forma de triunfar con ardides. Pero también brinda un bien avenido ejemplo de la templanza esperanzadora de que jamás hay que rendirse.
La vituperable situación institucional que enfrentamos por parte del CNE convertido en la unidad de asuntos electorales del PSUV debe ser asumida con la tozuda determinación de que cada paso es un avance. Incluso cuando esa colina conquistada nos devuelve al inicio. Cada vez que quienes están obligados a proteger nuestro derecho a decidir nos pongan nuevas trabas habrá sido porque el obstáculo previo ya fue salvado.
Sólo en la febrilidad delirante de algunos pocos podría caber la duda de que una fuerza política que el pasado 6D cruzó muy largo el umbral de los siete millones de votos, no logró colectar menos de doscientas mil firmas para ser autorizada como convocante de un referendo. Pero esa es, apenas, una cima a vencer. Y logrado esto, habrá que cargar nuevamente hasta lo máximo la roca que significan 4 millones de firmas para sumar el 20% de las voluntades que desean se realice una consulta electoral decisiva sobre el destino del gobierno y el país. Y luego habrá que subir hasta lo alto otro peñasco con los más de 7 millones de sufragios para expedir la carta de despido del presidente. Pero no termina ahí, recuperar el país demandará transitar y ascender nuevamente esa cuesta otras tantas veces. Sin embargo, a contravía de lo que pensaba Camus, la utilidad esperanzadora de esta labor no será punitiva sino de recompensa, cada subida de esa roca será un trozo de país que sube para no caer…
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