Guillermo Ramos Flamerich – 21 de octubre de 2016
Entre mayo y septiembre de este 2016 parecía que cualquier cosa podía ocurrirle al gobierno de Nicolás Maduro. Es decir, caer. Y es que Venezuela llegaba a parecerse ya no al cuero seco al que siempre se alude, sino a un hueso roído donde todo lo que podía estar mal, lo estaba. Una caricatura de régimen que utilizaba sus últimos suspiros para acrecentar la represión y censura. Millones de almas comiendo menos, muriendo más, con un rechazo infinito por la realidad actual y una profunda calentura y ánimos de cambio. La oposición, con una Asamblea Nacional más mediática que efectiva, parecía haber conseguido la válvula de escape, constitucional y democrática, ante la crisis: el Revocatorio.
Las cosas no han mejorado. Todo está peor. Pero el rumbo que está tomando la situación es tan tenebroso que pareciera que el gobierno se ha vuelto inmune a toda presión mediante la vacuna de la dictadura. Y no es que antes no lo fuera.
-¿Democracia participativa?
-Autoritarismo competitivo.
-Dictadura.
Las diferentes etapas de esta Revolución de las miserias…
Mientras el gobierno más se vanagloria de retomar el control y de vencer a su ficticia guerra económica, mayor es el entreguismo a intereses extranjeros, a la depredación de recursos y la destrucción de todo lo que podemos ser como sociedad. Y no está consolidado en nada. Aparecen de nuevo algunos productos a precios incomprables para la gran mayoría, mientras tanto se sigue asfixiando a lo que queda de empresariado y la productividad es nula.
El Tribunal Supremo de Justicia pasó de la simple sumisión, a la que ya veníamos acostumbrados desde hacía más de una década, a ser el caballito de batalla de los que todavía detentan el poder. La Sala Constitucional ha absorbido (inconstitucionalmente) todas las competencias de legislar y controlar que ¿alguna vez? detentaba el parlamento nacido de la Constitución de 1999. Son dos manos peludas las que sostienen al régimen: la injusticia y el poder de las armas. Más que un autogolpe o un Madurazo (como algunos ya lo han llamado), el sistema se ha mostrado como lo que siempre quiso ser.
En los próximos días la Unidad Democrática tiene el gran reto de estar a la altura de las circunstancias, a pesar de todas las condiciones adversas y de la amenaza consumada este jueves 20 de octubre con la suspensión “hasta nuevo aviso” de la recolección del 20% de firmas necesarias para el revocatorio. Hay que prepararse para la diversidad de escenarios, desde la consolidación de la épica ciudadana hasta qué hacer con la amargura y frustración a la que pueda inducir la peor de las noticias. Aquí ya no existe tregua ni tiempo para desmotivarse. Hay que seguir.
El Consejo Nacional Electoral sigue allí, cumpliendo la misión que el ejecutivo le ha otorgado: mortificar y burlarse de los venezolanos. Dividirnos y enfrentarnos. El cronograma para las elecciones regionales y municipales no puede ser un placebo para cientos de precandidaturas hambrientas. Es bueno aspirar y preparar la maquinaria entre los diversos partidos que hacen vida en la unidad. Pero primero lo primero. De nada sirve una pequeña cuota de ¿poder? cuando la estructura nacional está corrompida, corroída y en quiebra moral, económica, física… Hay que salir de este sistema que ha sacado lo peor de nosotros. Hay que hacerlo de manera pacífica, pero firme; constitucional y contundente. Esa fuerza que nace de nuestra conciencia democrática.
Como dice una amiga, todo esto trae dos noticias. Una buena. Una mala. La mala es que nos toca a nosotros rescatar del foso a Venezuela. La buena es que rescataremos y reconstruiremos a nuestra nación.
Categorías:Opinión y análisis
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