Pedro González Caro – 31 de marzo de 2017
“La exclusión de los excluyentes por los excluidos es el modelo simétrico de la exclusión de los excluidos por los excluyentes”. Manuel Castells
En los últimos años uno escucha, cada vez con más frecuencia, que en Venezuela somos una sociedad que perdona pero que no olvida. Ciertamente es una necesidad, para poder ganar experiencia como sociedad, no olvidar las vivencias. Sin embargo, el solo hecho de haber vivido algo no brinda experiencia automáticamente; solo si obtenemos aprendizaje de lo vivido, podemos decir que ganamos experiencia.
Emerge entonces la pregunta: ¿Puede sobrevivir el perdón sin el olvido dentro de una sociedad? Pareciera inevitable el surgimiento de una dialéctica entre el perdón y el olvido en las sociedades y en los individuos que, tarde o temprano, puede conducirnos al temido ostracismo, heredado de la antigua Grecia, en el que se condenaba al destierro a los ciudadanos que se consideraban sospechosos o peligrosos para la ciudad.
Manuel Castells nos trae una contundente reflexión sobre nuestra sociedad. Castells es sociólogo, economista y profesor universitario de Sociología y de Urbanismo en la Universidad de California en Berkeley, así como director del Internet Interdisciplinary Institute en la Universidad Abierta de Cataluña y presidente del consejo académico de Next International Business School.
En esta máxima, Castells nos plantea el drama social en el que los incluidos pueden aprender a ser excluyentes siendo incluidos y, paralelamente, los excluidos pueden también aprender a ser incluidos siendo excluyentes. De esta terrible realidad surge una nueva pregunta: ¿Cómo es posible para las sociedades progresar, teniendo en su seno grupos que se excluyen mutuamente?
¿Qué puede hacerse frente a este dilema ético? Sin duda, algunos, con sobradas razones, argumentarán que el momento de las teorías para superar este trance ya ha pasado y que ahora solo tenemos tiempo para la acción, la situación es insostenible y las opciones y los recursos son escasos. Sin embargo, aun cuando estas inquietudes tienen sobrados fundamentos, es imperativo asumir la responsabilidad de que ciertamente hemos llegado a donde no queríamos ir, por haber implementado las soluciones pragmáticas que exigía el momento y dejarnos doblegar por las vías más expeditas porque no eran tiempos de teorías y la situación exigía respuestas inmediatas. Así como no puede llegarse a un sitio sin transitar un recorrido, tampoco puede decidirse sin reflexionar. El ejercicio de la libertad de decidir implica responsabilidad y por tanto implícitamente nos conduce a la necesidad de pensar antes de actuar.
La inclusión, como elemento funcional de la democracia, en sí misma es problemática. Primero, porque en las democracias, dado el alto nivel de conflictividad que existe en su seno debido a la diversidad y pluralidad de ideas, constituyen un caso particular que merece especial atención. Segundo, porque la política democrática se basa en el consenso, por lo que el sistema busca un equilibrio que excluya aquellas diferencias atentatorias de la propia homogeneización. Esta paradoja entrampa a la sociedad en un círculo que inevitablemente impone la urgencia de replantear, repensar y reorientar nuestra realidad con la restricción de que solo podrá sobrevivir si comenzamos a transitar un camino en el que la reconciliación, la inclusión y la reconstrucción de la sociedad para lograr los objetivos sean la pauta.
El proceso de reconstrucción de la nueva realidad social que nos envuelve pasa por comprender las diferencias y que en este repensar de la sociedad el modelo de homogeneización no implica erradicar las diferencias, sino más bien diseñar un modelo empírico para identificar aquellas diferencias que ciertamente sean injustas. Intentar imponer criterios incondicionales de igualdad puede conducirnos al error de eliminar la distinción, el mérito, el sacrificio y la calidad solo por citar algunos casos.
Entonces, la premisa básica para conducir este proceso de reconciliación es que la unidad no es uniformidad y que la integración no es fusión. Debemos irremediablemente aceptar que tendremos éxito en la medida en que exista el respeto de las diferencias asumiendo que discrepamos a partir de las diferencias y para preservarlas diferencias. De esta forma, podremos lograr el equilibrio que permita la integración de las diferencias para complementarnos. Evitando tener que caer en la trampa que nos advierte Castells en su máxima: “La exclusión de los excluyentes por los excluidos es el modelo simétrico de la exclusión de los excluidos por los excluyentes”.
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