Espacio plural

Píldora del populismo en la Venezuela del milenio. Una visión desde la tesis de Werner Müller

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FOTO: La Patilla

Derkis Enrique Arévalo Molina

Nelson Antonio Fuenmayor Ramírez

9 de enero de 2019

La radicalización del populismo venezolano, encarnada por los gobiernos izquierdista del expresidente militar Hugo Chávez (1998-2014) y Nicolás Maduro, en pleno siglo XXI, se han convertido en un modelo despótico y totalitario.

Este instrumento fue premeditado para la instauración de un método de dominación y poder –categorizado como “la era bolivariana” por sus ideales, cuya praxis contrasta su discurso por las repetidas puniciones hacia el colectivo–, además de la carencia de un  sistema planificado que promueva y profundice con certeza la implementación y seguimiento de políticas públicas hacia el bienestar común.

El populismo de izquierda venezolano de Chávez y Maduro se incrustó de forma sistemática en todo las instituciones públicas, con mayor auge en el Poder Ciudadano, indolente ante la ejecución de sus funciones normativas y correctivas. Esto condujo, deliberadamente, a la metástasis administrativa que vació las arcas y el Tesoro público, desfalcando las más grandes riquezas de toda la historia republicana, dejando desvencijada a una nación expectante, con un 20% de la reserva mundial certificada de petróleo y en el nivel de pobreza más alarmante de la región suramericana.

El populismo criollo representa el afianzamiento de la élite dominante en el poder, con apenas cambios en los colaboradores ministeriales dentro del mismo grupo anacrónico, a cambio de la distribución de dádivas al pueblo, mediante un sofisticado mecanismo digitalizado de control social –el Carnet de la Patria– con el que la gran mayoría de la población ha sido obligada a registrarse por algún beneficio social (salud, alimentación, vivienda, educación, combustible). Este modelo reiterado por antiguos sistemas poetizados por el comunismo, inicuo de manipulación y miedo, utiliza como brazos ejecutores al poder electoral, el ala militar radical y el clientelismo, al mejor estilo tropicalizado del apartheid aplicado en Sudáfrica a partir de 1948.

En Venezuela, el Gobierno y sus aliados, autodenominados Gran Polo Patriótico, se han valido de las más atroces artimañas electorales porque el Poder Ejecutivo subordinó a los demás poderes del Estado, contraviniendo el pacto social de 1999 y todos los instrumentos jurídicos que regulan la materia. Siempre salen victoriosos en las elecciones, a cualquier precio. Ellos, que ostentan el poder, son sinónimo de la manifestación sostenida por el profesor alemán Jean Werner Müller (2017), “la mayoría silenciosa”, que nunca puede ser vencida en las urnas por ser los representantes, supuestamente  legítimos, del pueblo.

Estos representantes férreos del populismo venezolano, desde hace dos décadas han personificado la conflictividad política, con un avasallante despliegue publicitario, al mejor estilo de la propaganda nazi.

Mientras, las dificultades económicas, sociales, ambientales y de servicios básicos se suman  a la  rutina de sobrevivencia del ciudadano, habituándolo a la necesaria dependencia del “papá Estado”. O, en contraste, obligándolos a migrar.

Para los populistas, según Werner Müller, quienes no “comparten su concepción de pueblo” son “sospechosos”, pertenecen al bando contrario. Hugo Chávez, aquella larga noche tras la derrota en el referéndum constitucional, en 2007, dijo: “una recomendación (a la oposición): sepan administrar su victoria (…) no se desboquen ahora (…) no es que se la doy, no. Ustedes se la ganaron y es de ustedes, pero yo esa victoria pírrica no la hubiera querido”.

De igual manera, su sucesor, el señor Nicolás Maduro, la noche trágica para las fuerzas de la revolución bolivariana, después de anunciado los resultados electorales de 2015, que eligieron a los miembros del Parlamento Nacional: “en Venezuela no triunfó la oposición, sino la guerra económica…No ha triunfado la oposición, ha triunfado una contrarrevolución en puertas”.

Desde esta perspectiva, los populistas son los que tiene la potestad de decidir quiénes son los ciudadanos que constituyen parte esencial del “pueblo real”. En la praxis venezolana, estos conciudadanos que están fuera de esa concepción son automáticamente, y por todos los medios, excluidos del sistema, tengan o no su documento de identidad.

La exclusión es la premisa fundamental de los denominados “chavistas” y, ahora, “maduristas”, quienes preservan el legado. Son los “legítimos” representantes del pueblo, aunque en las urnas no fueron favorecidos en 2015 y han usado artimañas en elecciones sucesivas para obtener los resultados de parte del poder electoral favorables a ellos, se hacen llamar legítimos en todos sus cargos, como recalcando que ante la duda, son los que alcanzaron la legitimidad de origen otorgada por y para el pueblo real.

Sostiene Werner Müller (ob.cit), que “de todos los fracasos de un gobierno populista se puede seguir culpando a las élites, que seguirán actuando entre bambalinas y manejando los hilos, ya sea dentro del país o desde el extranjero”; siempre están mencionando ante la opinión pública las teorías conspiradoras que pretender destruir su proyecto, infinitos ejemplos tenemos del ex presidente Chávez refiriéndose siempre a sus adversarios como “la oligarquía parasitaria, burguesa y criolla”, que está maquinando con la oligarquía colombiana y el gobierno norteamericano para sacarlos del poder, una especie de delirio constante para justificar su ineficiencia, ineficacia, inercia, inacción y por supuesto la corrupción ante los graves problemas estructurales del país.

Cuando los populistas criollos llegaron al poder, a finales del siglo XX a través del voto popular, secreto y directo, se hicieron pasar por profundos demócratas y representantes legítimos del pueblo mayoritario, haciéndose llamar los impulsadores de la “democracia participativa y protagónica”, el “pueblo legislador” como siempre lo han exclamado los altos jerarcas del gobierno bolivariano en sus discursos durante dos décadas; y poco a poco fueron mutando a un nivel más agresivo para incrustarse en toda la estructura burocrática del Estado Nacional (los poderes de la República), como indica Werner Müller “lo primero que hacen es colonizar u ‘ocupar’ el Estado”.

Ejemplo de ello fue la toma por completo de uno de los órganos del poder ciudadano, al que legítimamente le corresponde ejercer el control y fiscalización del patrimonio público nacional, como es la Contraloría General de la República, institución que se dejó influir por la ideológica partidista afín al Gobierno. Eso originó que no se efectuara de manera directa el seguimiento, control, evaluación y las auditorías necesarias sobre la ejecución de las políticas públicas y los recursos que financiaban los grandes planes, programas y proyectos impulsados en los diferentes niveles territoriales de gobierno y demás entes públicos.

Los casos más emblemáticos son: los desfalcos a la Estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA), Comisión de Administración de Divisas (CADIVI), los grandes contratos inconclusos con la empresa brasilera Oderbrecht y la gran estafa del caso Andrade-Gorrín más recientemente, entre muchos otros, debidamente documentados por la Comisión de Contraloría del Parlamento Nacional ante la omisión, inercia e inacción del órgano competente.

Los populistas venezolanos son solamente nuevas élites que aspiran a perpetuarse en el poder bajo premisas de intimidación,  miedo, dominación y utopía, proyectando al país como “potencia”, cuando realmente sus discursos  carecen de validez, coherencia y sincronización, respecto de la realidad venezolana. Mientras, ha trascurrido más de una década alegando que ya viene la “Venezuela potencia”, atribuyendo  al Estado norteamericano la figura de “invasor” y promotor de la guerra económica, que el mismo desorden en su sistema de gobierno ha engendrado por años provocando la desarticulación,  hipercatálisis política, institucional, económica, social, cultural y ambiental.

Finalmente, se requiere con premura un proceso profundo de regeneración en todos sus poderes, niveles territoriales de gobierno y áreas estratégicas para el desarrollo, que contrarreste el ADN del partido gobernante, la voraz corrupción administrativa como modelo de apropiación indebida de los recursos naturales y capitales de la República.

@derkisarevalo

@nelsonfuenmayor

Nelson Antonio Fuenmayor Ramírez, es doctor en Gerencia. Magíster en Gerencia de las finanzas. Experto en suelos y políticas públicas. Ingeniero geólogo y servidor público.

Derkis Enrique Arévalo Molina es doctor en Gerencia. Magíster en Gerencia de las finanzas. Experto en políticas públicas. Administrador y servidor público.

(1) Müller, Jan-Werner (2017). La era de la Perplejidad: Repensar el mundo que conocíamos. El auge ¿imparable? del populismo. Madrid, BBVA, OpenMind, Penguin Random House Grupo Editorial.

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