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Desdemocratización en Venezuela (XX): La desigualdad como fracaso

Tomada de El Nacional

Andrés Cañizález @infocracia

La sociedad venezolana parece estar signada por círculos perversos. Salir de la pobreza sigue siendo para la mayoría de la población un enorme desafío, mientras que el Estado da vueltas repitiendo políticas erradas. Fracasaron tanto el modelo democrático de 1958, con énfasis en los derechos políticos, como el modelo de la llamada Revolución Bolivariana, con las banderas de la justicia social.

El fracaso social de la democracia representativa, teniendo como telón de fondo un acentuado proceso de desdemocratización en Venezuela, le abrió las puertas a un discurso socialista, cuyos resultados no han significado otra cosa que la profundización de la pobreza y las desigualdades.

Cualquier proyecto de reconstitución democrática en Venezuela deberá ir de la mano de la reconstrucción del tejido social. Una democracia política, un Estado de derecho, existiendo sobre una sociedad empobrecida estarán destinados a fracasar.

Al iniciarse el gobierno de Hugo Chávez, el 2 de febrero de 1999, la ya fallecida Mercedes Pulido de Briceño realizó un balance social que visto más de dos décadas después, era una suerte de profecía: “la desigualdad creciente fragmenta la sociedad y abona el resentimiento”. Así han vivido millones de venezolanos, especialmente en el ocaso de la Revolución Bolivariana.

Examinado en la distancia, aquello tenía un sentido político, además de la lectura de experta en temas sociales, pues no debe olvidarse que Chávez había asumido el poder con el discurso del resentimiento. Venezuela, sostenía Pulido, venía atravesando años de empobrecimiento: “la pobreza para 1982 afectaba al 27 por ciento de la población, al iniciarse 1998 se constata que el 68,7 por ciento de los venezolanos no tiene ingresos para satisfacer las necesidades básicas alimentarias y no alimentarias”.

La crisis del modelo rentista tuvo un impacto en largos años de decrecimiento económico y deterioro social. Aquel fue el caldo de cultivo que explica el malestar de los venezolanos que bien canaliza Chávez como candidato, especialmente después del quiebre de credibilidad de Irene Sáez en agosto de 1998, cuando el apoyo del partido Copei a su candidatura, la desdibujó como una opción real de cambio.

Volvamos a la radiografía social de 1998 que presentaba Pulido de Briceño: “el escaso desarrollo ha afectado fundamentalmente a las capas medias, tanto así, que la educación pierde peso como instrumento de movilidad social al observarse que los jefes de hogares con educación superior y en situación de pobreza,  ha crecido de 1,5 por ciento en 1980 a 4,7 por ciento en 1997”.

Cifras como estas pueden verse mínimas, si se le compara con la radiografía generada por el acelerado empobrecimiento que arranca en 2014-2015. A la pobreza y desigualdad acentuada por el chavismo y sus políticas erradas de controles y expropiaciones, debe sumársele la opacidad, la falta de datos oficiales que marca la gestión de Nicolás Maduro, quien profundizó la práctica que ya implementaba Hugo Chávez.

El trabajo de Mercedes Pulido de Briceño, en 1998, aunque dejaba mal parado al gobierno de Rafael Caldera (1994-1999), del cual había sido parte como ministra de la Familia, entre 1994 y 1996, se sustentaba, en su totalidad, en las cifras oficiales (que no estaban maquilladas) que generaba la propia administración pública.

Una cifra que alarmaba, y con razón, a Mercedes Pulido y a otros expertos en políticas sociales en aquel momento, era el rezago que tenía el salario mínimo frente a la canasta alimentaria familiar. Según números del Centro de Documentación y Análisis (Cendas), antes de que Chávez asumiera la presidencia se necesitaban 2,5 salarios mínimos para que un trabajador pudiese alimentar dignamente a su familia de cinco miembros.

El mismo Cendas, con la misma metodología de fines del siglo XX, estableció que al cierre de 2020 un trabajador necesitaba casi 270 salarios mínimos para poder alimentarse él y los suyos. Tal brecha de pobreza hace inviable cualquier proceso redemocratizador.

Otro indicador que generaba inquietud era la inflación. El alza, según las cifras oficiales, había sido de 30 por ciento anual en aquel 1998. Hoy, ante la ausencia de cifras oficiales, el  Observatorio Venezolano de Finanzas estimó que en 2020 la inflación anual se ubicó en 3.713 por ciento. Y debe recordarse que 2020 ha sido el año de menor alza de precios en el ciclo hiperinflacionario registrado en Venezuela a partir de 2017. Sin duda las cifras, en el contexto de 1998, resultaban preocupantes, pero en la Venezuela del siglo XXI, son sencillamente escandalosas.

Aunque se han generado debates y propuestas sobre cómo derrotar la hiperinflación, el manejo de las variables económicas, por parte del gobierno de Nicolás Maduro, es principalmente político por lo que no es una prioridad lograr equilibrios en la economía.

Tras una dilatada experiencia como alta funcionaria en dos gobiernos democráticos, Pulido de Briceño les daba una sola recomendación a los protagonistas del nuevo ciclo que se iniciaba en aquel 1999. Era (y sigue siendo) la necesidad de acabar con “el clientelismo”, en la relación de la sociedad con el Estado. El derrotero nacional no deja margen a las dudas, se exacerbó lo que ya era un mal del modelo democrático de 1958.

Fuentes:

Guerra, José (2018) “¿Cómo detener la hiperinflación en Venezuela?”. En: Prodavinci, texto en línea: https://prodavinci.com/como-detener-la-hiperinflacion-en-venezuela/

Pulido de Briceño, Mercedes (1999) “Balance social 1998”.  En: SIC. Vol. 62. N° 612. pp. 52-55. Caracas: Fundación Centro Gumilla.

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