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Reflexiones al detal luego de la catástrofe

REUTERS/Manaure Quintero

Alonso Moleiro

La apertura económica que ensaya el gobierno revolucionario tiene frente a sí a una sociedad agotada de tantas insuficiencias, sedienta de soluciones y necesitada de aumentar su hemoglobina para seguir existiendo.

Sobre la base de esta realidad, siguiendo una metódica clásica de la revolución bolivariana, Maduro descomprime para afianzar su poder y asentar su autoridad frente a un país que de manera abrumadora lo ha estado desconociendo luego de haber forjado los resultados electorales de 2018, con la complicidad de las Fuerzas Armadas.

Los correctivos que adelanta Miraflores han sido los mismos que viene pidiendo la sociedad democrática como alternativa frente al recetario chavista: espacio para el sector privado; liberación de los controles cambiarios; una política monetaria responsable; fin de las expropiaciones; alguna disciplina fiscal.

Tuvieron que venir unos asesores extranjeros amigos del ecuatoriano Rafael Correa para que el lamentable estamento de la gerencia pública del chavismo –tan fanatizado como falto de luces para comprender la realidad– les tradujera al castellano aquello que la oposición política tiene 22 años solicitando.

La terrible crisis política, económica y social de estos años conoce entonces un paradójico contrapunto que pone a la nación ante la paradoja de experimentar una modesta bonanza económica en 2022, que atormenta comprensiblemente a algunas conciencias, y que tiene lugar luego de un catastrófico período de contracción económica e hiperinflación de 8 años de duración, parte constitutiva del famoso “legado de Chávez”.

La conducta antinacional, corrompida e irresponsable del chavismo en el manejo de las finanzas públicas en este lapso, y la feroz represión que tuvo lugar cuando aquellos desequilibros, largamente advertidos, hicieran estragos en la población, serán sin dudas reseñados por la historia: aunque en este momento no alcanzamos a visualizarlo en su totalidad, estamos transitando un ciclo particularmente oscuro en el devenir nacional, cuyos impactos y consecuencias se extenderán en el tiempo, que será muy difícil de remontar, que ha destruido la estructura productiva del país y que ha desconfigurado las entrañas de la nación.

El agotamiento de la estrategia de la oposición para forzar una transición a la democracia –y regresarle a la sociedad, entre otras cosas, la cultura de la rendición de cuentas y la alternabildad política como conquista histórica– demanda de los mandos políticos, no solo una rigurosa antocrítica ante este nuevo fracaso, sino una comprensión cabal de las necesidades de la población en el actual contexto.

La sociedad democrática tiene que tomar y dar por bueno este respiro económico –que también es político– , por modesto que sea, y permitir a los ciudadanos recuperar oxígeno y tener vida personal luego de ese turbulento período de conflictividad, en el cual le fueron sustraídos a los ciudadanos derechos elementales, invadidos en su fuero personal por la tóxica dinámica de la polarización.

Aún asumiendo el riesgo de que sea el propio Maduro el que recobre calorías para imponerle su ley con dinero a la población más necesitada, que es mayoría en el país, los partidos democráticos no deberían interponerse en el debate sobre la flexibilización de las sanciones, ni obstaculizar algún acuerdo parcial que permita reactivar la producción petrolera, ni procurar concesiones que allanen el camino a algún marco electoral medianamente razonable en los horizontes que se aproximan

Para ellos será necesario tomar una conveniente distancia del colaboracionismo amoral que ha hecho necrosis en una parte de los partidos democráticos, y adelentar una ambiciosa tarea de reingeniería de sus alianzas políticas, que debería traer consigo una verdadera renovación del liderazgo de la oposición.

Es un horizonte que todavía se ve muy distante, y que tendrá que encararse con la comprensible incredulidad de una ciudadanía que se ha encontrado con una clase política que no ha dejado de evidenciar inexcusables y continuas muestras de ineptitud.

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