
José Guédez Yépez
Presidente de la Asociación Causa Democrática Iberoamericana
La coronación de Carlos III en Inglaterra obliga a repasar conceptos en el marco de una actualidad global preocupante, que amenaza con destruir el paradigma democrático occidental. La espectacular ceremonia no dejó a nadie indiferente, ya que estuvo envuelta en la más estricta y atemporal tradición. No faltarán los que, malinterpretando el simbolismo, la acusen de medieval y atávica. Sin embargo, se trata de todo lo contrario, de la plena vigencia de una monarquía parlamentaria cuna de la democracia liberal.
Lo primero que hay que recordar es que la revolución inglesa, ocurrida hace más de tres siglos (1689), logró poner límites al poder y garantizar los derechos de los ciudadanos con la aprobación de la Carta de los Derechos y Libertades (Bill of Righs), antecedente directo de la Constitución de Estados Unidos y de la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos. Este hecho histórico es sin duda el nacimiento de la modernidad en términos occidentales, que sumado al liberalismo de Locke y otros filósofos ingleses, le dieron forma a lo que hoy se llama democracia liberal. Pluralismo, libertad religiosa, separación de poderes, derechos civiles; principios todos consagrados en Inglaterra mucho antes de la fallida Revolución Francesa que devino luego en tiranía.
Por eso es que el republicanismo no es un requisito para la democracia, por el contrario, los hechos comprueban qué hay muchos más derechos y libertades en las monarquías parlamentarias que en la mayoría de las repúblicas. De hecho Carlos III tiene mucho menos poder que cualquier presidente de una república. Es un jefe de Estado sin funciones de Gobierno, cuya labor es preservar la estabilidad interna y procurar la promoción externa. Es una figura institucional y simbólica, enmarcada en el principio de separación de poderes.
¿Habrá más democracia si se sustituye la figura del Rey por un jefe de Estado electo con el voto popular? Si esa figura deja de ser netamente institucional y se contamina con el debate político ideológico polarizador, permitiéndole a un partido político específico concentrar el poder del gobierno con la jefatura del Estado, entonces la respuesta es que habrá mucho menor democracia. No es casualidad que según los índices de democracia de The Economist, los países con monarquía parlamentaria ocupan los primeros puestos, mientras que cientos de repúblicas ocupan los últimos.
Ahora bien, vale la pena detenerse en algunos detalles de la ceremonia de coronación de Carlos III. Vimos a un primer ministro indio, a una obispo mujer, a un coro de música góspel y oímos un himno cantado en cuatro idiomas. Así como los derechos civiles modernos son una obra de origen inglés, de esa misma forma podemos ver ahora evidencias de un pluralismo asombroso y casi único. Y es que la igualdad y la democracia no están reñidas con el orden, la tradición, la institucionalidad y el simbolismo. Al contrario, lo primero se garantiza gracias a lo segundo. Esta es la lección que nos deja la ceremonia de coronación del rey de Inglaterra, aunque seguramente pase desapercibida en medio de tanta polarización. De hecho, es común ver ataques al liberalismo inglés tanto del lado progresista como del lado conservador.
Larga vida a la democracia.
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