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Las tres etapas más violentas en la historia de Venezuela

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Luis Salamanca – 11 de junio de 2015

La violencia ha recrudecido en el país en los últimos tiempos hasta llegar al crimen atroz y fútil.  La ocasión es, desafortunadamente, propicia para referirnos al papel de la violencia en nuestra historia.  Venezuela vive hoy una situación en la que la gran crisis económica retroalimenta la inseguridad, especialmente, en el marco de una sociedad que pasó de la abundancia a la escasez.  Sin embargo, ni Venezuela es antropológicamente violenta ni siempre fue dominada por la muerte producto del crimen común o político; por el contrario, una revisión de la evolución del país desde la independencia, muestra que los períodos de baja violencia y criminalidad son los más comunes mientras que los de alta violencia son pocos.  De hecho sólo ha habido tres grandes etapas violentas en nuestra historia con una duración variable.  Las mismas ocupan un espacio de tiempo determinado que suele concluir dejando tras de sí una pavorosa estela de destrucción y muerte.  Por ello, me parece importante escudriñar en las características de esos períodos buscando sus semejanzas y diferencias más importantes con la esperanza de encontrar respuestas a lo que nos pasa en las primeras dos décadas del siglo XXI.

EP Salamanca 2¿Cuáles son las etapas más violentas?

Las tres etapas más violentas en la historia de Venezuela han sido: la Guerra de la Independencia (1811-1823), la Guerra Federal (1858-1864) y las primeras décadas del siglo XXI (1998-¿?). La primera arrojó 262.000 muertos (Izard, 2009); la segunda masacró 60.000 personas (Mathews, 1977) y la tercera lleva  aproximadamente 200.000 fallecidos que aumentarán este año cuando se conozcan las cifras.  ¿Qué tienen en común estos períodos históricos que generan estadísticas tan altas de muertes? ¿En qué se diferencian? ¿Por qué pasadas las etapas violentas el país se pacifica? Estas y otras preguntas surgen al tratar este tema pero no puedo responderlas todas sólo me limitaré a caracterizarlas en sus principales aspectos.

Semejanzas y diferencias entre las tres etapas

La primera semejanza es que son coyunturas históricas animadas por unos sucesos políticos desmesurados y demoledores.  La primera registra el alzamiento de la colonia venezolana buscando su independencia.  Si bien esta pudo haber sido negociada, pacífica y electoral, la negativa de la monarquía española y el empeño de los criollos, nos arrojó en los brazos de la violencia propia de la guerra.  La segunda se desata a raíz del intento de eternizarse en el poder por José Tadeo Monagas y del intento de liquidación de la plana mayor del liberalismo provocando un desequilibrio político en el país que condujo al enfrentamiento armado.  Las dos primeras etapas vivieron unas guerras devastadoras que, confundidas con el delito, generaron una situación de inseguridad y mortandad espantosa.

La tercera etapa se ha dado en el marco de una sociedad democrática, tras la llegada al gobierno de un militar que había intentado derrocar al gobierno constitucional en 1992 y quien traía un proyecto de cambio generalizado del sistema político y socio-económico.  No ha vivido una guerra pero tiene estadísticas de fallecidos más alta que la Guerra Federal y, de continuar la tendencia, alcanzaría la cifra de la Guerra de Independencia que duro trece (13) años, la Guerra Federal  cinco (5) y la tercera lleva 15.

La diferencia más importante entre las tres etapas es que en las dos primeras hubo dos guerras, en la tercera, no.  La guerra es un enfrentamiento armado entre dos partes (países, grupos humanos, ejércitos, etc.) en la cual una de ellas busca destruir a la otra con fines diversos, especialmente, de imponerse y controlar un territorio y obtener el poder sobre el mismo.  En la independencia se enfrentó España contra los venezolanos que querían ser independientes; en la Guerra Federal se enfrentaron liberales contra conservadores; en la Venezuela del siglo XX no hay un enfrentamiento de ese tipo pero hay otro: quienes buscan imponer un modelo de sociedad y de Estado y quienes resisten a ese intento.  En ese contexto la criminalidad ha alcanzado cotas históricas.

EP Salamanca 3La mortandad de la guerra es producto del enfrentamiento bélico aunque no se descarta el crimen común que aprovecha el caos guerrero para producirse.  Gente que aprovecha el estado de anarquía para ajustar viejas cuentas, o para cometer delitos como robar, violar y matar.  No contamos con datos que permitan distinguir los crímenes de origen bélico de los de origen delincuencial en las dos etapas guerreras.  Sin duda, la mayor cantidad de muertes fue de origen bélico.

Las guerras de la independencia y federal en Venezuela sumieron al país en una situación de anarquía.  Los mecanismos de control imperiales no funcionaron o no existían, mientras que en la guerra federal los pocos existentes dejaron de funcionar. Las sociedades de ambas etapas quedaron en estado natural, se imponía el más fuerte.  Las hostilidades demarcaron un campo de confrontación de enemigos que buscaban destruirse mutuamente mediante la violencia.  La muerte de uno era la garantía de la sobrevivencia del otro.  Fue el paroxismo de la destrucción política entre bandos opuestos.  En los dos primeros casos, no existe un estado de derecho ni un estado democrático; en el tercero, existe un estado de derecho consagrado en la Constitución y en la ley y la gente vota en diversos procesos electorales, pero hay un creciente distanciamiento entre la realidad social y la efectividad del Estado de derecho pues la impunidad, entendida como la falta de solución a los casos penales por parte de los tribunales, llega al 95%.

Socialmente hay diferencias importantes.  La colonia venezolana entró en guerra repentinamente, sin darse cuenta, casi sin proponérselo y sin saber en lo que se estaba metiendo.  Los pueblos regidos por la Capitanía General habían venido creciendo a finales del siglo XVIII, tanto en lo económico como en lo social y en lo institucional.  El crecimiento de la población era un poderoso indicador del progreso económico.  Era, sin duda, un crecimiento orientado según la rígida división social propia de una comunidad regida por criterios de castas, de sangre y donde la esclavitud era normal y las clases sometidas tenían un ritmo de crecimiento menor o nulo.  Y, sobre todo, ese auge económico se veía entorpecido por los conflictos entre los productores internos, los comercializadores y los mercaderes europeos.  La vida de un mantuano era plena en el sentido de tener todo asegurado materialmente; no así la de un esclavo; la de un pardo era relativamente intermedia entre aquellas dos.  El crecimiento económico que disfrutaba la colonia no llegaba a los grupos sometidos o llegaba por cuenta gotas. A ello se sumaban todos los rigores de la separación racial.

La Guerra Federal fue precedida de mucha pobreza, concentración de la tierra y bandolerismo social.  En lo político, se vivía la confrontación entre los gobernantes de turno que querían perpetuarse en el poder y quienes se oponían a ello.  La etapa de Chávez se inició con una alta tasa de pobreza, el malestar de la clase media, una crisis económica y, sobre todo, una crisis política de los partidos y de la dirigencia tradicional que pedía a gritos cambio político.  Chávez ofreció arreglar eso pero tomó un curso enfilado a demoler la sociedad y el Estado que estaban en crisis en 1998 y que, en 2015, nadaban en las aguas de la disolución.

EP Salamanca 4Las dos primeras etapas fueron períodos de violencia insensata e irracional, vehiculizadas por la guerra y entremezclada con la violencia criminal.  Se desataron las amarras institucionales y morales en medio de un gran conflicto político.  El tercero vive un gran conflicto político en el que la violencia política está presente como amenaza constante y, en algunas, ocasiones, como realidad, pero lo que la caracteriza es la aterradora violencia común, la más alta en toda nuestra historia.  En los dos primeros casos, la violencia se desata por verdaderas guerras internas; el tercero, por la inseguridad desmedida que azota al cuerpo social junto a un gran conflicto político, drenado por vías electorales pero que no esconde su admiración por la fuerza (“la revolución es pacífica pero está armada”), al crear mecanismos institucionales como las milicias (sin base constitucional) que fue un cuerpo creado por Chávez armando a importantes cantidades de ciudadanos identificados con el oficialismo; los Colectivos que han sido armados y vienen cumpliendo funciones parapoliciales y represivas sin que se observe la voluntad decidida del Estado a hacer respetar el monopolio de la violencia legítima.  En el siglo XXI la sociedad está más armada que nunca.

Lo que la guerra de independencia se llevó

La Venezuela colonial era una sociedad cohesionada por los distintos mecanismos de control social e institucional usados por siglos y que tenía una dura institucionalidad anti-delictiva.  Aunque la delincuencia y los delitos, según la tipificación imperial, habían aumentado de manera impresionante (Veracoechea, 2002) en los últimos 30 años del siglo XVIII, por esta causa no parecía haber una cifra muy alta de muertos. No era una colonia en crisis antes de la guerra sino en crecimiento, próspera, cada vez más importante en la estructura imperial.  Pero la guerra desató las amarras institucionales y la colonia entró en una vorágine de crimen y destrucción.  Una vez ocurrido el 19 de abril de 1810 que tanto españoles como patriotas conceptuaron como una “revolución”, en agosto del mismo año, España declaró un bloqueo naval, no sólo bélico sino también alimentario, a la provincia alzada y el 10 de marzo de 1812 se inició la guerra que duraría trece (13) años.  Los grupos sociales cayeron en una situación de ansiedad, incertidumbre y confusión acerca de los acontecimientos presentes y futuros.  La enemistad se desató y los grupos (antes coexistentes) ahora se enfrentaban como enemigos a muerte y recurrían ambos al mismo repertorio de lucha.  En ese río revuelto pescaron sujetos como Boves cuyo patrón de conducta era una mezcla increíble de búsqueda de justicia social con el resentimiento y el delito.

EP Salamanca 5La conflagración puso a prueba la capacidad de los mecanismos formales de control de las conductas antisociales.  Sin embargo, las guerras de todos contra todos, pues, fueron varias guerras en una sola, se llevaron por delante la institucionalidad. La Real Audiencia, que era el poder judicial de la época, resistió pero no pudo evitar el desencadenamiento del delito común y de guerra entremezclado con las bajas bélicas.  Incluso Boves la disolvió en Caracas creando un parapeto judicial sustituto (Chiossone, 1980). La confrontación no fue sólo entre realistas y patriotas. Estimulados por el quiebre del control institucional se produjo una reacción en cadena que cortó los lazos que sometían a todos los sectores sociales a las normas reguladoras de conducta. Los lazos de la dominación social se resquebrajaron. Esclavos, indios y pardos se sublevaron siguiendo su propio interés o los de otros.  Las pasiones se encresparon, los odios raciales y sociales se desencadenaron y cada sector buscó sus propios objetivos sociales y políticos, además de militares.  Para cambiar la correlación de fuerzas sociales Simón Bolívar dictó el Decreto de Guerra a Muerte.  En la Carta de Jamaica pasó revista a la historia del nuevo mundo desde el descubrimiento hasta el momento en el que escribe ((1815).  La guerra cortó el lazo que unía a Venezuela con España, el “imperio de la dominación”.  Lo que antes unía ahora dividía, la sociedad se polarizó mediante el odio, el cual es “más grande que el mar que nos separa de ella; menos difícil es unir los dos continentes, que reconciliar los espíritus de ambos países.”[1]  América, no sólo Venezuela, combatía con desesperación por su libertad. Pero los efectos para ésta eran los más destructivos.

“En cuanto a la heroica y desdichada Venezuela, sus acontecimientos han sido tan rápidos, y sus devastaciones tales, que casi la han reducido a una absoluta indigencia y a una soledad espantosa; no obstante que era uno de los más bellos países de cuantos hacían el orgullo de la América.  Sus tiranos gobiernan un desierto; y sólo oprimen a tristes restos que, escapados de la muerte, alimentan una precaria existencia: algunas mujeres, niños y ancianos son los que quedan.  Los más de los hombres han perecido por no ser esclavos, y los que viven, combaten con furor en los campos y en los pueblos internos… Cerca de un millón de habitantes se contaba en Venezuela; y, sin exageración, se puede asegurar que una cuarta parte ha sido sacrificada por la tierra, la espada, el hambre, la peste, las peregrinaciones; excepto el terremoto, todo resultado de la guerra.”[2]

Diez años después, Venezuela era un paisaje físico y social destruido.  Las  cifras difieren entre 250.000 a 262.000 muertos.  Pero cualquiera que sea muestra como la guerra provocó la despoblación del país y de sus ciudades que contaban con 800.000 habitantes.  Caracas pasó de 50.000 habitantes en 1812 a 21.000 en 1814: 10.000 por el terremoto, 5.000 por la guerra y 14.000 por la huida hacia oriente.  Y aún faltaban 8 años de guerra.  Los blancos casi desaparecen del todo, muchos a manos de Boves.  La economía quedó destruida provocando la escasez, la inflación y la hambruna.  La contienda había sido, además de civil, una verdadera guerra económica que nadie ganó; la perdieron las generaciones siguientes.  Venezuela nació destruida.

Si bien no contamos con estadísticas sobre los delitos comunes otras fuentes dejan ver el incremento de los mismos al calor de la ruptura del control social.  Proliferó el abigeato, abundaron los ladrones y los vagos, los salteadores de camino.  Se dictó prohibición de circulación por los llanos sin pasaporte y pena de muerte para quien robara cinco animales de ganados.  La independencia devastó todo el progreso alcanzado.  Al concluir las hostilidades Venezuela era una tierra arrasada, enmontada, sin hombres productivos, con mujeres solas, sin alimentos para vender, casi todo el mundo pobre.  Con razón Bolívar dijo: “Hemos obtenido la independencia a costa de todo lo demás”.  Todo lo demás era, literalmente, todo.  Territorio, riqueza, seres humanos.  Grupos sociales enteros aniquilados.  No es comprensible la afirmación de que la estructura social no cambió como consecuencia de la guerra de independencia vista toda la devastación producida.  Es la etapa más violenta de nuestra historia. Por ahora.

Tales fueron los costos de esta gran confrontación política que vino acompañada de un profundo cataclismo sociopolítico.  Llámesele como se le llame, guerra o revolución, el precio pagado fue muy alto.  Y lo sufragaron todas las generaciones: las presentes y las futuras.  Venezuela en el siglo XIX fue un pobre país como consecuencia de la guerra de independencia rematada por la guerra federal.

EP Salamanca 6La guerra federal

Un segundo hecho de proporciones catastróficas fue la Guerra Federal.  Venezuela aún no se había recuperado de los efectos de la guerra de independencia y, por el contrario, el cuadro social posterior a ella, era inflamable, cuando estalló la Guerra Federal.  Cinco años de destrucción de la economía, parcialmente recuperada de la destrucción de la independencia; de nuevo los bandos de amigos y enemigos, el odio social y político, la devastación.

La revolución chavista

Chávez no se conformó con ganar unas elecciones a los partidos tradicionales sino que fue a más, creando un campo de confrontación inédito, ajeno al campo de confrontación demoliberal.  Dividió a la sociedad en chavistas y antichavistas, polarizó política y emocionalmente al país en dos bloques, despareció el consenso y su lugar lo ocupó el conflicto, el acuerdo fue sustituido por  la imposición, la descalificación del adversario suplió al respeto político y, en la medida que el proyecto se definía como socialismo autoritario, en esa medida, el gobierno pasó por encima de la constitucionalidad y la legalidad llevando a la democracia a una precariedad muy profunda.

Su inspiración fue la Guerra de Independencia conceptuando su revolución como una segunda independencia.  El Estado fue capturado por los seguidores del mandatario dejándole las manos libres para actuar. Modificó la Constitución a fin de reelegirse indefinidamente en el cargo.  La inseguridad que venía creciendo desde el caracazo y que arrojaba cifras preocupante en 1998 (un poco más de  4.000  homicidios ese año), no fue atendida adecuadamente y, en la medida que crecía el control del poder institucional y su manipulación, crecía la tasa de homicidios hasta convertir a Venezuela en uno de los países más violentos del mundo, con una criminalidad que no conoce códigos de ningún tipo y que jamás habíamos visto. Paradójicamente, mientras más grande era el Estado más altas eran las tasas de inseguridad.

Semejanzas

Las tres etapas tienen en común que han estado sometidas a un cataclismo sociopolítico, es decir, a un gran trastorno político que deshizo o desencuadernó las instituciones a unos niveles tales que la informalidad predominó sobre la formalidad, la ilegalidad sobre la legalidad, la anarquía sobre el orden necesario para la vida estable y previsible.  En los tres casos, la violencia ha sido usada como una estrategia de poder.

En la guerra de independencia y la federal se desata la conflagración, visto que no fue posible la solución pacifica,  para lograr un objetivo político (la independencia y la imposición de uno de los bandos); en el tercer caso, se habla de una revolución que se intentó primero por un golpe militar y luego por vía electoral pero que se impone unilateralmente llevándose por delante los mecanismos democráticos y no renuncia a la violencia como argumento final y, por tanto, se ve a sí misma pacífica pero armada.  Desarrolla un armamentismo inusual en América Latina, crea una milicia, crea grupos paramilitares y habla permanentemente de la salida armada (como otra forma de defender a la revolución) en el marco de unas relaciones entre los actores políticos y los grupos sociales alimentadas por la lógica devastadora de amigo-enemigo. La revolución ha instaurado la política del desprecio por el adversario, su criminalización, su demonización y su estigmatización, intentado cerrarle todas las vías para llegar al poder.  Todo ello recogido en el slogan fundamental del gobierno (“Patria Socialista o Muerte”) hasta el 2012, cuando la enfermedad del primer mandatario aconsejó retirarlo más por superstición que por convicción religiosa.  La revolución propiamente dicha provoca efectos disolventes en la vida diaria y ello empieza por las formalidades legales.  Todo en conexión con la necesidad de mantener el poder a perpetuidad porque las revoluciones no tienen plazo de finalización, nunca terminan, siempre se están haciendo, a menos que alguien las finalice como, por ejemplo, Napoleón Bonaparte, quien en 1800 dijo: “La revolución ha terminado”.

Pese a todo, nuestra historia aconseja ver la violencia actual como una etapa, como un período de inseguridad generalizada pero que puede ser controlable para dar paso a una vida más tranquila y más segura.  Aunque no se visualiza cómo saldremos de este atolladero, es posible pensar que será superado este período de violencia dantesca, si se desmontan los factores que alimentan la violencia.  En el pasado, una vez cesadas las hostilidades de la guerra y superada la lógica amigo-enemigo y recuperada o introducida una lógica institucional y de cooperación entre adversarios, el recurso a la violencia desatada disminuyó sensiblemente aunque ello no significara la desaparición total de diversas formas de inseguridad y violencia contra las personas y sus bienes.

[1] Ibíd. p. 160.

[2] Ibíd. p. 161.

2 respuestas »

  1. Necesario y oportuno aporte nos hace el profesor Luís Salamanca. Nos documenta y nos motiva al compromiso que tenemos de contribuir de ser actores conscientes de la historia de la cual somos parte, a partir del rol que le corresponda a cada quien en su determinado momento y circunstancia. El escenario es ineludible. Somos parte de él.

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