Por:Mercedes Martelo / Jueves, 10 de abril de 2014
Paz es una de las palabras que más se ha repetido en Venezuela en las últimas semanas al igual que diálogo. Las palabras paz y diálogo están en boca de todos. Hablan de paz y diálogo los voceros del gobierno, los dirigentes de oposición, los vecinos en la enésima cola que hacen. Pero algo extraño está ocurriendo. Se aprecia una disociación entre lo que se escucha y lo que se observa. Parece que cada quien asigna su propio significado a las palabras. El resultado: gran confusión. ¿A dónde nos llevan las palabras?, ¿a dónde queremos ir?
Desde hace algo más de quince años, el advenimiento de lo que podríamos llamar la ‘era chavista’ de gobierno, ha traído nuevos códigos de comunicación a la sociedad venezolana. Un constante y sistemático esfuerzo se ha realizado por parte de los entes públicos en todos los niveles para cambiar los nombres de las organizaciones y sus estructuras, de los procedimientos, de los cargos, de los parques, de las plazas. La república misma fue una de las primeras en experimentar esto y se cambió su nombre para incorporarle el adjetivo de bolivariana sin que hubiera mayor discusión en cuanto a las características que sumaban dicho adjetivo. La sociedad en general no llegó a percibir la profundidad de las implicaciones que esto podría tener.
Algo similar parece haber pasado con los cambios de nombres para tantas otras cosas. El Ávila tiene otro nombre, el Parque del Este tiene otro nombre. La Represa del Guri tiene otro nombre. La Siderúrgica del Orinoco tiene otro nombre. Las Fuerzas Armadas tienen otro nombre. Los Ministerios no sólo tienen otro nombre sino que cambian de nombre cada cierto tiempo y ya nadie sigue estos cambios porque son tantos que apabullan, sus competencias y su personal cambian de un lado para otro y esto se ha vuelto invisible porque se deja de percibir lo que se vuelve cotidiano. El control de cambio tiene otro nombre. Los partidos políticos tienen otro nombre. Los niños de la calle tienen otro nombre; las leyes cambian frecuentemente de nombre; las bandas armadas paramilitares tienen otro nombre; los presos tienen otro nombre; las empresas expropiadas como Agroisleña por ejemplo, cambian de nombre. Simultáneamente, una maraña de nuevos nombres ha inundado la vida política, económica y social del país, para dar cuenta de aspectos o estructuras que se imponen por la vía del hecho cumplido, nuevos nombres como comunas, poder popular, unidad de batalla, misiones, milicias, colectivos, socialismo del siglo XXI, unidad de producción social, comandante supremo, regiones estratégicas de desarrollo integral, guardia del pueblo, batalla electoral, regiones estratégicas de defensa integral, artillería del pensamiento, trinchera de desarrollo. Muchos de estos nuevos vocablos para denominar, bien sea cosas o situaciones existentes o cosas o situaciones recién creadas o en proceso de creación, son de carácter militar, son expresiones salidas de los cuarteles que se han extendido a la vida civil y la deforman.

La Torre de Babel, pintura al óleo sobre lienzo de Pieter Brueghel el Viejo, Kunsthistorisches Museum, Vienna, Austria
La Babel de nuestra cotidianidad se reconoce fácilmente en el gran desorden y la confusión que vivimos y cada día parece aumentar la cantidad de gente que habla sin entenderse.
Quienes están en el poder desde hace más de quince años, se han ocupado de generar claves que los separen y diferencien del resto de los venezolanos en el habla.
Los cambios en la denominación de las cosas (tanto por su magnitud en términos de la gran cantidad de cambios ocurridos, como por la velocidad de los cambios que se suceden sin dar tiempo a la asimilación), se han convertido en un problema social de gran envergadura, ya que generan inseguridad respecto al logro de un adecuado nivel de comprensión en las conversaciones, y dudas acerca de la ubicación y significado de dichas cosas.
Esto es un problema porque dificulta el establecimiento y cumplimiento de compromisos ante las inmensas posibilidades que se abren a la discrecionalidad: -Ah! Eso no fue lo que yo entendí-, -Carámba, yo había pedido otra cosa-, -No, yo no estaba hablando de ese organismo sino del nuevo despacho de-….
Adicionalmente, se observa otra anomalía a nuestro modo de ver más grave aún. Se trata del uso y abuso, por parte de los voceros de las autoridades gubernamentales y su amplia red de medios de comunicación, de la manipulación emocional a través del discurso y la propaganda, acompañados del recurso de la mentira en tanto que “expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa” según la define el diccionario de la lengua española. Información incompleta, distorsionada, desactualizada, reinterpretada, que podemos distinguir quienes tenemos el conocimiento de la experiencia vivida, pero los jóvenes que no tienen este conocimiento, simplemente quedan conectados con esa información manipulada. Diariamente observamos cómo se trabaja en la creación de criterios para separar a los venezolanos entre sí, forzando a la identificación hacia polos opuestos e irreconciliables, impulsando a creer que antes de la era chavista en el país no existía nada positivo (no había producción de nada, ni educación, ni centros de salud, ni construcción de viviendas populares, ni compositores, ni arte, ni política de ideales, ni autopistas, ni empresas del estado exitosas, ni nada de nada) sino miseria, explotación, racismo, analfabetismo, corrupción, discriminación, sumisión al imperialismo, etc.; basta tomar una muestra de las expresiones utilizadas por los comunicadores en cualquiera de los programas de radio o televisión del oficialismo para verificarlo. Pero esto no es todo. Por si fuera poco, se ha institucionalizado la falta de información oficial oportuna y confiable sobre el funcionamiento de los organismos públicos y las políticas que se aplican; desde hace años, los organismos públicos han estado limitando la información al público y en general no están ofreciendo información actualizada que permita tener una visión conectada con la realidad de lo que está ocurriendo, así, se facilita la mentira ‘sutil’ por omisión. La comunicación procedente del gobierno y en general de quienes le acompañan, recurre con alta frecuencia al oxímoron y al eufemismo para esconder, negar o disfrazar la verdad en cuanto al funcionamiento de las instituciones públicas y la situación existente en el país.
De esta manera, algo a lo que no se le dio mucha importancia, se convirtió en un fenómeno que está cambiando las formas de relacionarse y entenderse en nuestro país. Desafortunadamente, tales cambios no parecen ser para bien puesto que la sociedad ha visto incrementar año tras año los niveles de violencia (cada año hay más muertes derivadas de hechos delictivos y diversos enfrentamientos entre grupos sociales), al mismo tiempo que ha experimentado un significativo deterioro de la calidad de vida en términos de acceso a bienes y servicios de todo tipo (la inflación y el desabastecimiento en rubros tan básicos como alimentos y medicinas dan cuenta de ello).
¿Y qué nombre le pondremos a este fenómeno relativo a las formas de comunicación pública del que hablamos?
Pues no es necesario inventar demasiado, podemos simplemente recurrir a un nombre ya creado por George Orwel en su reconocida novela distópica “1984”. Se trata de un término del que seguramente muchos habrán oído hablar, se trata de la Neolengua.
La Neolengua, es descrita por Orwel en su novela como “el idioma ideado para satisfacer las necesidades ideológicas de Ingsoc (Socialismo Inglés)”. Este nuevo idioma (de allí lo de neo) deberá haber desplazado a la vieja lengua en un horizonte de unos sesenta años, aproximadamente (para el año 2050), esto es, en el transcurso de unas tres generaciones. La neolengua elimina un gran número de palabras; cuantas menos palabras haya mejor, ya que esto elimina posibilidades para el desacuerdo. La nueva lengua buscaba limitar las posibilidades del pensamiento, pocas palabras, pocas ideas.
En palabras de Orwel:
“Su vocabulario estaba construido de tal modo que diera la expresión exacta y a menudo de un modo muy sutil a cada significado que un miembro del Partido quisiera expresar, excluyendo todos los demás sentidos, así como la posibilidad de llegar a otros sentidos por métodos indirectos. Esto se conseguía inventando nuevas palabras y desvistiendo a las palabras restantes de cualquier significado heterodoxo, y a ser posible de cualquier significado secundario”.
“Por ejemplo: la palabra ‘libre’ aún existía en neolengua, pero sólo se podía utilizar en afirmaciones como «este perro está libre de piojos», o «este prado está libre de malas hierbas». No se podía usar en su viejo sentido de «políticamente libre» o «intelectualmente libre», ya que la libertad política e intelectual ya no existían como conceptos y por lo tanto necesariamente no tenían nombre”
En septiembre de 2013 se realizó en Caracas el Taller “Neolengua, Polarización y Reconciliación” organizado por el Instituto Prensa y Sociedad (IPYS) y la ONG Estado de Derecho (ver: http://www.ipys.org.ve/news_deinteres?tipoPub=Nacionales&id=3588), en donde se presentaron interesantes planteamiento en torno al papel del lenguaje en la legitimación de la política.
Uno de los reconocidos ponentes, la socióloga Colette Capriles, señaló que con el lenguaje más que con las instituciones, se logra el desplazamiento de una verdad por otra que conlleva al cambio de sistema político.
La principal conclusión del evento fue que el oficialismo ha venido aplicando en Venezuela algunas de las técnicas propias del totalitarismo como utilizar el insulto, el eufemismo y el cambio de significado de las palabras.
Según se expuso en el foro, “los Gobiernos autoritarios contemporáneos, en lugar de actuar mediante la fuerza bruta en contra de las personas para lograr su miedo y obediencia, apelan a la manipulación, perversión y destrucción de la lengua que comparten los integrantes de esa sociedad, en definitiva, a su ideologización, para generar efectos como la polarización, la confusión, la incomunicación, la incertidumbre y la imposibilidad de formarse juicios fundados sobre la realidad, todo lo cual crea división y aumenta la necesidad de dependencia y protección de una autoridad central, que provea el sentido y objetivos que ya por sí mismo, debido entre otras causas a la inutilidad del lenguaje, no es posible lograr”.
Luego de este recorrido por la Neolengua, podemos establecer una hipótesis que nos permita al menos inferir por qué aun cuando todos hablan de lo mismo, no se logra entendimiento ni acción en concordancia sino pura y dura confusión. Es nuestra hipótesis que mientras la sociedad en general se expresa en la lengua materna aprendida en el hogar y la escuela, los dirigentes del gobierno y sus seguidores se expresan en neolengua (pero sin haberlo avisado claro está) aprendida de la mano de expertos practicantes venidos de tierras caribeñas en su auxilio para la construcción de la nueva Babel, necesaria a sus intereses de mantenerse indefinidamente en el poder.
Es así por ejemplo que para el caso de la palabra paz, podemos suponer que cuando escuchamos a voceros del oficialismo hablando de la necesidad de instaurar la paz, de la importancia de mantener la paz, de los esfuerzos inmensos que realizan las instituciones gubernamentales para la paz, mientras el gobierno permite el funcionamiento de bandas armadas paramilitares que amenazan y aterrorizan a la población civil para que no se exprese o se exprese sólo en los términos aceptados por ellos, tales voceros están hablando en realidad de neopaz (aunque por supuesto no lo digan), es decir, una versión de la palabra con un significado totalmente contradictorio al significado establecido el cual, según el diccionario, alude a tranquilidad y quietud en contraposición a la guerra o a la turbulencia; al sosiego y buena correspondencia de unas personas con otras en contraposición a disensiones, riñas y pleitos; a la reconciliación, a la vuelta a la amistad o a la concordia; al genio sosegado y apacible.
De esta manera la Paz mencionada por los voceros del gobierno, se escribe igual y se pronuncia igual que la Paz mencionada por cualquier otro individuo no comprometido con el espectro gubernamental, pero no significa lo mismo sino todo lo contrario.
Por eso es tan difícil comprender. En realidad lo que pasa es que lo que es paz para la mayoría de los ciudadanos de a pié, no es lo mismo que lo que es paz para los dirigentes políticos del gobierno y el cerebro de los ciudadanos se resiste a aceptar el nuevo significado propuesto. Esto hace necesario a los ojos de los ocupantes del poder, reprimir, reorientar, reeducar, a objeto de eliminar toda posibilidad de disenso que pueda atentar contra su estabilidad y amenazar en cualquier grado su permanencia en el poder.
Consideraciones similares parecen procedentes para el caso de la palabra diálogo que ha pasado a ocupar todas las marquesinas. Para los ciudadanos que se manejan con el lenguaje común, el diálogo se entiende según el diccionario de la real academia de la lengua, en términos de una discusión o trato en busca de avenencia, conformidad o convenio. Los representantes gubernamentales y sus seguidores por su parte parecen colocados en la perspectiva de un diálogo de besugos, esto es, conversación sin coherencia ni lógica ninguna (no podía esperarse otra cosa de una conversación entre peces), o de un diálogo de sordos como conversación en la que los interlocutores no se prestan atención. Es posible entonces que los voceros oficialistas se estén refiriendo a una especie de neodiálogo, donde lo importante no es llegar a convenio y avenencia sino simplemente ganar tiempo o hacérselo perder a los demás.
No está aún nada claro el panorama en torno a la real posibilidad de que el gobierno y la oposición acuerden iniciar un proceso de diálogo y negociación para encontrar soluciones a la crisis en desarrollo, aunque la necesidad de ello es muy clara para quienes creemos en la democracia. La crisis existe y es real; independientemente de la palabra que utilicemos para nombrarla, la reconocemos porque ha disminuido nuestro ingreso real y nuestro consumo, ha disminuido nuestra capacidad de generar ingresos, riqueza, el país está casi en cero en cuanto a los sectores productivos no petroleros (los petroleros tampoco andan nada bien), en general ha disminuido la calidad de vida y las expectativas son crecientemente negativas ya casi en todos los sectores. ¿A dónde vamos entonces?, ¿a dónde queremos ir?, ¿qué tipo de salida estamos buscando?. Hay que encontrar respuestas para estas preguntas
Entre tanto, los ciudadanos debemos hacer un esfuerzo por racionalizar nuestro lenguaje, para no generar más confusión. Es necesario aclarar los términos en todas las conversaciones porque ya van muchos años de experimentación con nuestro lenguaje y debemos asumir que desconocemos cuántos significados hemos perdido o hemos cambiado sin siquiera darnos cuenta.
Necesitamos un neogobierno pero es imprescindible ponerse de acuerdo en el significado que como sociedad estaremos dispuestos a aceptar.
Mercedes Martelo
mercedesm2005@gmail.com
Categorías:Opinión y análisis
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