Andrea Tavares – 18 de junio de 2015
Desde el origen remoto de lo que hoy se conoce como Poder Legislativo en el mundo, bien sea por los “consejos de ancianos” en los albores de la humanidad, cuando los pueblos comenzaron a organizarse en tribus; pasando por las “asambleas” de “ciudadanos libres” y el “Consejo” -elegido por sorteo entre éstos,- en Atenas; o los “Comicios” en sus distintas variantes, conformados en Roma después del Senado de los Patricios; o bien en la Edad Media donde se comenzó a acuñar el término “parlamento” para referirse a las reuniones de nobles, ciudadanos y clero, convocada por los reyes; incluyendo la breve experiencia de la Comuna de París; hasta el origen contemporáneo, atribuido al Parlamento Inglés, por expresar conceptualmente el diseño de lo que hoy conocemos como la institución legislativa, el hilo conductor en cada uno de estos modelos es que constituyen un espacio de debate y discusión, para abordar los grandes temas de interés común, de la “Res Pública”, dirían los romanos y tomar las decisiones que permitan progresar a su sociedad.
A lo largo de los siglos, estos espacios asamblearios han venido evolucionando y democratizándose, afortunadamente, lo que ha permitido convertir al poder público legislativo en el más representativo y democrático en cualquier país del mundo. Pero democratización no significa banalización, ni degradación, ni desprecio por el conocimiento.
El Parlamento debe marcar la hoja de ruta de una Nación, exige la representación de hombres y mujeres, no sólo de una comprobada y elevada probidad, sino de la formación integral de sus miembros. Desde luego no me refiero a una connotación académica, supone hombres y mujeres en permanente inquietud por el conocimiento, por el análisis de la realidad, el debate responsable y de altura, de quienes saben que deben responder, en primer orden, a los intereses más sagrados de la Patria, para así poder responder a sus electores, siendo los partidos una herramienta para la permanente relación orgánica con la sociedad y la fuente de orientación política para una adecuada representación de los intereses de esa sociedad.
Nuestra historia legislativa venezolana es compleja y dinámica, desde la instalación del I Congreso de Venezuela en 1811, pasando por el Congreso de Angostura y las distintas Asambleas o Congresos Constituyentes, en sus distintas etapas, más o menos democráticas, hemos tenido noticias de conspiraciones, de escándalos, pero también de grandes debates y decisiones trascendentes.
Sin embargo, en los últimos tres períodos hemos asistido a una degradación acelerada de nuestro poder legislativo, muchas son las causas y orígenes de esta estrepitosa caída. En mi opinión, la primera es la imposición de un modelo político que no admite la diversidad de pensamiento y que se plantea el control de las instituciones públicas para perpetuarse en el poder, aún a costa de la violación constitucional del principio de la división de poderes. Frente a un régimen que fue creciendo, los venezolanos no identificados con el proyecto político del gobierno o con el pensamiento único, vieron con asombro como los tradicionales partidos opositores que podían ser sus potenciales representantes, en un momento crucial de la historia, consideraron no formar parte del parlamento, lo cual signó la consolidación de un modelo político ajeno a la Constitución vigente. Otro elemento determinante, fue materializar la polarización política que tantos triunfos le ha dado al oficialismo, en la Ley Orgánica de Procesos Electorales, a través de la cual se viola flagrantemente el principio de la representación proporcional. Y como si esto fuera poco, entonces los partidos han preferido postular en muchos casos, a candidatos más que leales, incondicionales, que sólo se limitan a mantener el lobby político con sus “jefes”, excluyendo a quienes ostentan mayor desarrollo político y, por lo tanto, un espíritu crítico constructivo. Adicionalmente, no es extraño ver un desfile de candidatos y candidatas al parlamento, que son postulados por ciertos niveles de popularidad en la farándula, más que por su experiencia política o su lucha social, con la idea pragmática de que eso sirve para arrastrar votos, luego son los grandes sordos, ciegos y mudos de la Asamblea Nacional, o de los distintos espacios donde son incorporados.
La legitimidad de una Asamblea Nacional, viene dada por su naturaleza representativa, por ende debe ser una expresión de la diversidad de nuestra sociedad, multiétnica y pluricultural, es por ello que juega un papel clave en la conquista de la democracia y como garante de esa separación de poderes, el legislativo debe garantizar y defender esa democracia, representando así los intereses de un pueblo que está comenzando a perder la esperanza, debe asumir la defensa de la Constitución y la defensa de los derechos y garantías de los ciudadanos, no debe perder de vista que tiene el compromiso de representar a esos ciudadanos frente al resto de los poderes, así como escucharlos e incorporarlos en el ejercicio de sus funciones, pero sobre todo debe ser el gran promotor del diálogo en la sociedad y más aún y si es una sociedad polarizada y radicalizada.
Esto supone una exigencia en el perfil del representante, no debemos permitir que se siga rebajando la calidad del debate político y de la dirigencia que tendrá la tarea de formar parte de uno de los períodos más importantes de nuestra historia parlamentaria como lo es el que se avecina. Son graves y grandes los problemas que afronta el país, no nos podemos permitir una Asamblea Nacional que sólo se limita a gritar consignas o a debatir los twitts de alguna figura política, necesitamos un “Parlamento Bolivariano”, en el sentido literal expresado por Bolívar en el Discurso de Instalación del Congreso de Angostura, que defienda la separación o independencia de Poderes, y que tenga presente que “hombres virtuosos, hombres patriotas, hombres ilustrados, constituyen la República”.
Es paradójico un gobierno que se autodefine bolivariano y se opone al pensamiento político del Libertador y padre de la Patria, quizás sea la hora de reencontrarnos con nuestro único y verdadero legado, volver al Discurso de Angostura y retomar el proyecto Republicano que Bolívar nos encomendó.
Categorías:Espacio plural, Opinión y análisis