Opinión y análisis

La última elección


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Benigno Alarcón / 19 de marzo de 2015

Ante un escenario en el que muchos, creo que equivocadamente, interpretan la abstención como apatía, se hace necesario comprender mejor los resortes que activan o desactivan la participación. ¿Es la abstención en realidad apatía o resignación o por el contrario es la abstención la forma en la que el elector, impotente y despojado de otros mecanismos expresa su inconformidad con todo y con todos? Comprender esto es vital para quien pretenda movilizar al votante a su favor.

En nuestra última entrega nos comprometimos a dedicar esta columna al análisis de la próxima elección legislativa y a responder la pregunta sobre si la próxima elección legislativa resuelve los problemas que enfrenta el país.

Ante el panorama de rabia e incertidumbre que el país pareciera enfrentar en los actuales tiempos, todos los estudios de opinión apuntan hacia una dinámica que aunque nueva, no debería sorprendernos. El oficialismo representado por el gobierno de Maduro se reduce en la media que la crisis económica va destruyendo sus expectativas sobre una vida mejor, dividiéndose entre quienes creyeron en Chávez pero no creen en el gobierno, los que aún mantienen el vínculo con el PSUV en busca del nuevo mesías, y los que después del comandante ya no creen en nadie. Es así como mientras el oficialismo pierde adeptos cada día, los partidos de  oposición luchan por mantener los suyos, no sin dificultades ante el espectáculo público de sus contradicciones y conflictos por el reparto de las candidaturas, olvidando a veces la Política trascendente propia de los liderazgos que el país demanda en estos tiempos.

Ante este panorama en el que las posibilidades de cambio parecieran depender más de los errores del gobierno que de los aciertos de la oposición, se suman a las dificultades derivadas de la falta de una estrategia unitaria los problemas de la oposición para explicar de manera coherente de que se trata la elección legislativa, lo cual entra en conflicto con la inteligencia de la gente que si intuye de que no se trata, lo cual agrava, sin lugar a dudas, las tendencias ya evidentes que parecieran colocar a la abstención como posible ganadora de la próxima elección.

Benigno3La abstención leída no como apatía, sino como castigo

Ante un escenario en el que muchos, creo que equivocadamente, interpretan la abstención como apatía, se hace necesario comprender mejor los resortes que activan o desactivan la participación. ¿Es la abstención en realidad apatía o resignación o por el contrario es la abstención la forma en la que el elector, impotente y despojado de otros mecanismos expresa su inconformidad con todo y con todos? Comprender esto es vital para quien pretenda movilizar al votante a su favor.

Mientras que para la apatía el remedio pareciera estar fuera del área que desde lo político nos atrevemos a opinar, la resignación y la inconformidad si son estados de ánimo con las que los expertos en campañas electorales tienen que lidiar con mucha frecuencia mediante la construcción de mensajes que contribuyan a un cambio de expectativas.

Si nuestra hipótesis es correcta, un cambio de expectativa debe comenzar por no subestimar al elector y sincerando el mensaje sobre para que sirve y para que no una elección legislativa, para a partir de allí construir un discurso que resalte la verdadera dimensión de esta elección. En este sentido, es importante reconocer que si bien una elección legislativa no es la panacea para resolver los problemas más inmediatos de la gente, como le escasez y la inflación, así como tampoco los más trascendentales de la democracia, esta elección legislativa tiene una especial importancia para el futuro de la democracia en Venezuela.

Benigno2¿Por qué esta elección es de especial importancia?

En primer lugar hay que destacar que la alternabilidad es un fenómeno propio de las democracias que se explica por sus características propias. En este sentido, como afirma Bruce Bueno de Mezquita (Bueno de Mezquita, 2011), entre un gobernante autoritario y uno democrático, es más probable que el democrático pierda el poder justamente por el hecho de que este último respetará las reglas del juego, el balance de poder, la existencia y fortalecimiento de una oposición que compite por el poder en condiciones de igualdad y que ejerce el disenso y participa en  elecciones competitivas, libres y transparentes que se desarrollaran sin que el gobierno tome ventaja del hecho de contar con los recursos que le otorga el poder del Estado.

Aunque la alternancia es propia de los regímenes democráticos, aún en éstos puede verse comprometida en forma proporcional a la debilidad de sus instituciones. Es así como en una democracia electoral (período venezolano que va desde 1958 a 1998), la alternancia puede verse comprometida en aquellos cargos en donde la re-elección es posible, tal como fue el caso de diputados, senadores, gobernadores y alcaldes, para los que el uso de las ventajas otorgadas por la detentación del un cargo público no fue ajeno a las prácticas electorales para tratar de mantenerlo.

A todo evento, si bien es cierto que la inclinación humana de alcanzar y mantener el poder no es exclusiva de los hombres que viven en un determinado tipo de régimen, en las democracias, sean más o menos perfectas, la alternancia se da entre partidos y actores que tienden a respetar las reglas del juego competitivo-electoral y tienen la disposición a permitir la alternabilidad en el poder. Mientras que en los autoritarismos competitivos, como el que instaló Chávez poco después de llegar al poder, el juego electoral se transforma a los fines de mantener el efecto legitimador propio de los procesos electorales, pero reduciendo de manera dramática la incertidumbre sobre los resultados y la posibilidad de que se produzca un cambio en el poder.

Esta afirmación pareciera encontrar una buena base de sustentación en el estudio realizado por Rossler y Howard, quienes entre el año 1995 y 2006 analizaron 630 países-año a los fines de determinar que sucedía con cada tipo de gobierno después de un proceso electoral, cuyas conclusiones se presentamosa continuación.

Gráfico 1 Transiciones de regímenes políticos entre 1995 y 2006 Fuente: Tomado de Democratization by Elections (Lindberg, 2009)

Gráfico 1
Transiciones de regímenes políticos entre 1995 y 2006
Fuente: Tomado de Democratization by Elections (Lindberg, 2009)

Los resultados representados en este gráfico destacan, en primer término, que los regímenes más estables son las democracias liberales, ya que como puede verse en el gráfico, el 99% de ellas se mantuvieron como tales al año siguiente de una elección mientras que las democracias electorales, o sea aquellas que si bien celebran elecciones abiertas y competitivas no gozan de todas las condiciones de una democracia plena, bien sea por problemas en la separación e independencia de sus poderes públicos o por otros aspectos ligados a su funcionamiento, son algo menos estables en el sentido de que si bien el 97% de ellas continuaron siendo democracias electorales e incluso algunas de ellas mejoraron, un 2.2% (lo que incluye el caso de Venezuela después de la elección de 1998) se degradaron en gobiernos autoritarios.

Asimismo, puede verse, siguiendo el orden de los tipos de gobierno graficados de derecha a izquierda, que los autoritarismos competitivos o regímenes híbridos, como también se les conoce, mostraron un comportamiento mucho menos estable, siendo el caso de que solo un 46% lograron mantenerse como tales, mientras que la otra mitad se movió hacia otras formas de gobierno tras un proceso electoral. Esta inestabilidad es una buena noticia porque en muchos casos estos regímenes se vieron forzados a permitir mejores condiciones de competitividad electoral, perdieron elecciones y evolucionaron hacia democracias electorales (aproximadamente un 32%) aunque, como contrapartida, el diecinueve por ciento involucionó hacia autoritarismos hegemónicos y el restante tres por ciento hacia autoritarismos cerrados ante la posibilidad de perder el poder. Asimismo, puede distinguirse claramente en el gráfico que los autoritarismos hegemónicos terminaron siendo en este estudio regímenes mucho más estables que los regímenes híbridos o competitivos, manteniéndose el 72% de ellos inalterables después de una elección, mientras que del restante 28% migran hacia autoritarismos competitivos el 22.2% y el restante 5.8% hacia democracias electorales.

La migración y estabilidad entre los diferentes tipos de régimen pueden explicarse por la dinámica propia del poder en cada tipo de gobierno. Cuando un país alcanza la democracia plena o liberal, como también se le conoce, lo que significa una democracia que funciona en todos los sentidos, con separación y balance entre poderes, ejercicio pleno de las libertades políticas y ciudadanas, pluralidad y ausencia de espacios de poder reservados a grupo alguno, como es el caso de Normandía, Islandia, Dinamarca, Suiza, Nueva Zelanda, Australia, y Estados Unidos, entre otros, esta difusión y distribución del poder entre una base muy amplia de actores hace prácticamente imposible retroceder a formas autoritarias don de el poder se centraliza en pocos actores. El problema comienza cuando las democracias son imperfectas y menos funcionales, limitándose básicamente a permitir que la gente ejerza el voto cada cierto tiempo, para luego terminar decepcionando a sus propios electores por su incapacidad para garantizar las libertades y dar respuesta a las demandas de la población, lo que coloca a la gente, en ocasiones por muchos años, ante la imposibilidad de reconocer y valorar el significado de una democracia plena, reduciéndose de manera importante los niveles de participación electoral y ciudadana, abriéndose así el camino para el rechazo a partidos y actores políticos y hacia una indiferencia creciente que se transforma en campo fértil para procesos involutivos hacia formas autoritarias de gobierno en las que la población deposita la esperanza de que éstas resulten más eficientes a la hora de poner orden y resolver las demandas que por mucho tiempo han venido acumulándose y presionando el sistema.

Los regímenes híbridos, como el del Líbano, Tanzania, Senegal y Venezuela, entre otros,  toman su nombre del hecho de llegar al poder por la vía electoral, pero su vocación autoritaria les lleva, progresivamente, a implementar mecanismos de funcionamiento orientados al ejercicio del poder de manera ilimitada, eliminando de facto, aunque no necesariamente en lo formal, la desconcentración y descentralización del poder, concentrándolo en un número reducido de actores que conforman una coalición que actúa coordinadamente para garantizar su estabilidad,  y adoptando paulatinamente un conjunto de decisiones orientadas a desmontar los balances institucionales a fin de poder ejercer el poder sin las limitaciones propias que impone una democracia, así como para mantenerlo en el largo plazo (Bruce Bueno de Mezquita. 2011).

Entre las características propias del funcionamiento de los autoritarismos competitivos se destaca un control creciente sobre la legalidad, financiamiento y actividades de los partidos políticos de oposición  para lograr su debilitamiento, el control progresivo de los medios de comunicación, la implementación de medidas represivas orientadas hacia un mayor control político de la sociedad, incluso y en especial aquellas orientadas al establecimiento de restricciones a la creación, financiamiento y actuación de organizaciones no gubernamentales, así como la manipulación del sistema electoral a los fines de circunscribir la competencia en lo político a términos y condiciones que garanticen su estabilidad y permanencia en el poder, tal como lo estamos viviendo en nuestro caso.

La última elección

Hemos titulado a esta entrega la última elección porque, como se desprende del estudio de Rossler y Howard, mientras la pérdida progresiva de la legitimidad se resuelve en los gobiernos democráticos mediante la alternabilidad que les es propia y que se materializa en procesos electorales libres, transparentes, competitivos y multipartidistas, los regímenes híbridos al enfrentarse a la pérdida de sus legitimidad, por su vocación autoritaria, responden normalmente iniciando un círculo vicioso, y rara vez corregible, de un creciente ejercicio del control y la opresión en la medida que se pierde el piso político, lo que produce a su vez una mayor pérdida de legitimidad con sus consecuentes manifestaciones públicas a las que responden con más control y opresión en una espiral creciente de conflictividad que termina por resolverse mediante la transición hacía una mayor apertura democrática o hacía una mayor hegemonización, como forma más estable de gobierno, si son capaces de estructurar una coalición estable que les permita controlar los mecanismos de poder y represión necesarios para ello. Es así como hemos visto que cuando algunos autoritarismos competitivos pierden la base de legitimidad que les otorga justamente su competitividad y les permite su re-legitimación a través de elecciones, terminan endureciéndose en forma de autoritarismos hegemónicos en la medida que los intentos democratizadores fallan y los riesgos y costos de tolerar una perdida del poder se elevan, tal como sucedió en  las elecciones de Azerbaiyán en el 2003 y 2005, Armenia en los procesos del 2003 y el 2008, Bielorrusia durante las elecciones presidenciales del 2001 y aún más cuando se presentaron las protestas después de las elecciones del 2006, así como tras las protestas por los resultados de las elecciones del 2011 en Rusia donde Putin regresa para ocupar nuevamente la primera magistratura. Este mismo fenómeno es el que estamos viviendo desde la última y cuestionada elección de Maduro en Abril del 2014 y con mayor intensidad desde las protestas que se iniciaron en Febrero de 2014.

Es así como la próxima elección se convierte en algo mucho más trascendental que una elección legislativa, no porque la Asamblea Nacional no lo sea ante la progresiva concentración de poder, sino porque la misma será la diferencia entre permitir la estabilización del régimen otorgándole un mayor poder para materializar su transformación en un autoritarismo hegemónico o cerrarle el paso a un mayor control hegemónico y ganar un importante espacio de lucha a favor de la democratización del país.

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